Durante la última semana tuve la fortuna (por de buenas) de asistir a eventos que me maravillaron. Por un lado, el concierto del maestro Samuel Torres con la Sinfónica de EAFIT, dirigidos por el maestro Ricardo Jaramillo. Horas después, casi en un acto ritual, entrar a Son Havana y, de nuevo, la buena suerte: noche de trombones con músicos profesionales que les dieron “la palomita” a algunos estudiantes para que se lucieran en el espectáculo.
Otro día una pasada rápida por el MAMM, que tiene ahora la exposición Bubuia, con 55 artistas panamazónicos. El otro evento, en Colombiamoda, el desfile de la diseñadora colombiana Ana Tafur, que con su marca SAKE lleva más de diez años investigando con comunidades del Amazonas, con una impresionante propuesta que “fusiona la biotecnología ancestral con el arte”.
De cada momento se podría escribir un libro. Pero, para esta columna, debo limitar las preguntas. En los tres espacios hay coincidencias: el talento de los protagonistas, y la disciplina, que lo acompaña y supera; la emoción de los testigos; la felicidad del encuentro con los amigos; la belleza de los actos creativos; la elegante combinación de ética y estética. Entonces, para sintetizar: ¡el arte!
Esta ha sido una semana de mucho revuelo noticioso. Y en medio de tanta tensión, seguirá siendo necesaria la experiencia artística. ¿Para qué? Para demostrar que existen caminos legítimos, distintos a la violencia y al narcotráfico. Menos ostentosos, sin duda; más complejos, también, pero posibles.
Para reconocer que el arte también denuncia la barbarie. Para atestiguar las prácticas tradicionales y artesanales que se contraponen al consumo masivo y exacerbado. Para generar espacios seguros de expresión. Para crear redes y sentido comunitario. Para volver a creer.
El arte no es solo aquello que se preserva en los museos: crea belleza en medio de tanto caos. El arte también es un acto político cotidiano, desde la ropa que usamos hasta cómo intervenimos los espacios que habitamos. Como acto estético, el arte despierta conciencias, rompe con la indiferencia y cuestiona narrativas oficiales.
El arte no es lujo ni adorno. Es prueba de que aún sentimos, que aún pensamos, que aún soñamos con formas distintas de habitar el mundo. Esta semana, entre trombones, telas y trazos amazónicos, confirmé que el arte no nos salva de las tragedias, pero nos recuerda que somos más que ellas. Y que, en medio del ruido, suena una nota distinta: la del encuentro, la de la belleza ética, la del acto creativo que transforma lo cotidiano en posibilidad. Finalmente: entre arde y arte solo hay una letra de diferencia… ¡cuánto logra un solo ser humano!
Otros escritos de esta autora: https://noapto.co/maria-antonia-rincon/