Mi mayor miedo

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¿Cuál es su miedo más grande en el rol de padre o madre?

Llevo semanas preguntándome esto y escarbando en un sinfín de miedos que me habitan como madre, con el único objetivo de determinar cuál es ese al que realmente debo prestarle atención. Digo “realmente” porque no quiero que se materialice, porque lo que espero es trabajar bajo todas mis posibilidades para alejarlo de mi realidad.

Lo anterior no implica que los demás miedos los asuma, simplemente no puedo trabajarlos todos al tiempo, así que prefiero escudriñar en lo más profundo de mi marea de debilidades, encontrar ese que me destrozaría la vida y comenzar por ahí.

Nunca nada que haya vivido en la vida me había llenado de tantos temores como maternar. No soy una persona que se aminora ante el miedo y suelo enfrentar todas las facetas de mi vida con una valentía que en ocasiones llama la atención a conocidos y extraños. Pero maternar es diferente. Maternar saca de nosotras caras desconocidas, dimensiones inexplicables, entre esas el miedo; miedo a casi todo lo que pueda dañar, miedo a nuestras reacciones, a nuestras palabras, al entorno hostil.

Y después de días y días de reflexión creo que lo tengo claro: mi miedo más profundo es que Candelaria no tenga recuerdos felices de su niñez.

Podría parecer una tontería frente a tantas cosas graves que pueden pasar, como la muerte, la enfermedad, en fin. Pero ese miedo en particular es mi miedo porque depende exclusivamente de mis actos.

El cómo ella recuerde su infancia será determinante para todo su desarrollo, para su seguridad y desenvolvimiento en la adultez, para sus futuras relaciones con parejas e hijos; para todo en su vida. Y lo que más me atormenta es que solo me daré cuenta si mi mayor miedo se hizo realidad o no en el momento en el que ya no se pueda hacer nada para remediarlo; cuando ella sea una adulta y me mire con amor y me diga: “mamá, qué feliz fui cuando era una niña”; o cuando, con una mirada esquiva, me diga entre líneas que no quiere hablar de su infancia.

En ese momento sabré si todo lo que he hecho y he intentado hacer para darle los mejores recuerdos, habrá valido la pena. O si por el contrario tendré que terminar mi vida con los peores remordimientos, habiendo acabado con mis ilusiones y dañado profundamente a la persona que más amo en el mundo.

No sé si mi miedo es muy irracional, a veces pienso que, como todos, crecerá con algún trauma, pero no quiero ser yo quien se lo provoque… ¿y si ya se lo provoqué?, ¿y si mi reflexión es muy tardía?

No lo sé. La miro reír y espero que se acuerde de esa risa siempre; que logre, a sus treinta y tantos años, cerrar los ojos y acordarse de esos momentos de felicidad, de cuando corría libre por el parque, de cuando dejaba que el viento la moviera en el columpio, de las historias que inventaba con sus muñecas, de los libros que leíamos juntas. Que se olvide por completo de los llantos de frustración, de las tristezas de cuando se sentía sola, del dolor de verme brava o de recibir mis regaños. Que olvide todo lo que le haya causado dolor y solo recuerde la dicha y el bienestar.

Estoy pidiendo mucho, lo tengo claro, no soy tonta. Con algún dolor crecerá y seguro yo seré la culpable de varios, pero prefiero seguir pensando que los puedo evitar, y abrazarla fuerte cada vez que pueda, y hacerla reír y esperar que mi mayor temor jamás se haga realidad.

Otros escritos de esta autora: https://noapto.co/manuela-restrepo/

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