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Que Avril Lavigne está muerta desde el 2003 y todo este tiempo la ha reemplazado una actriz, o que la tierra realmente es plana y la NASA ha conspirado para hacernos creer a todos que es redonda, son solo dos de las muchas historias que comienzan como simple rumores, se esparcen rápidamente por el mundo a través de redes sociales, el voz a voz y medios de comunicación y finalmente terminan haciendo creer a miles de su veracidad y en todo caso, sembrando la duda entre los otros restantes.

Este es el imperio de la mentira. Nuestras emociones responden a rumores sin fundamento y aún cuando sabemos que la información que recibimos tiene una gran posibilidad de no ser cierta, nos encanta pertenecer a esos que tienen la exclusividad, y la propagamos, la repetimos. Jugamos a la difusión de información no verificable todo el tiempo. Creemos de manera fácil.

Y después de difundido un rumor, una mentira, ¿qué tan sencillo es desacreditarlo y sacar del imaginario colectivo esa información ya establecida? Nada fácil. El rumor tiene la inmensa capacidad de dejar consecuencias casi imposibles de borrar. Desmentirlo implica una inversión de gran cantidad de recursos… y una vez sembrada la duda, deshacerse por completo de ella es bastante improbable.

La política por supuesto no es ajena a esto. Y si hablamos de política local, en Medellín, la mentira, los rumores, se han convertido en regla general.

Daniel Quintero grita de manera descarada y continua que le tocó rehacer desde cero el proyecto Hidroituango, que él recuperó la plata que se habían robado los contratistas, que la culpa de todo fue la mala calidad de los materiales, que la Policía bajo su mando logra capturar delincuentes que en realidad se han entregado de manera voluntaria, que la infraestructura educativa de la ciudad llevaba más de 20 años sin inversión, y así, una mentira constante, un discurso sin fundamentos, sin soportes técnicos, todos los días, a toda hora.

Su discurso mentiroso ha logrado fracturar la credibilidad de los Medellinenses en sus instituciones y llevarnos al escenario de la duda permanente. No le teme a la mentira porque tiene claro que una vez que esta sale de su boca o de su Twitter, cambiar el mensaje es bastante complejo. Una vez que las redes hacen lo suyo divulgando una mentira y repitiéndola cientos o miles de veces, por más esfuerzos que se hagan en desmentirla, lograr su desacreditación es utópico.

El Alcalde vocifera una mentira y los conocedores de la verdad reaccionan con todos sus medios para demostrar su falta de veracidad, y salen columnas, comunicados, videos, reels, notas de prensa y todo lo que se tenga a la mano como táctico comunicacional intentando mostrar la cifra correcta, la explicación real, sin embargo en estos tiempos donde nadie quiere explicaciones extensas, donde las cifras no causan emoción, el mensaje verdadero no logra calar, y la mentira sigue latente, reinante. Nada logra eliminarla. Nada. Y él sigue ganando.

Derrotar el imperio de la mentira, de los rumores, debe ser nuestro objetivo. Escuchar a aquellos que nos hablan con la verdad, así esta no nos guste y nos ponga incómodos, valorar las voces francas, directas, fundamentadas, consumir menos mensajes vacíos y apuntarle a ser críticos con la información que nos llega… ¿seremos capaces?.

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