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Juan Pablo Trujillo

Memento homo y el lugar vacío

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Guillermo O’Donnell nos ha contado que los gobiernos latinoamericanos son fundamentalmente democracias delegativas, regímenes políticos altamente personalistas que favorecen los caudillismos, que reproducen la idea de que la buena gestión gubernamental sólo es posible sin la guía absoluta de un sólo individuo. El problema de tener sistemas políticos que favorecen los fuertes presidencialismos es que estimulan el imaginario de que una sola persona puede encarnar un proyecto político, y que, sin ella, no es posible ninguna apuesta por transformar la sociedad. Los caudillismos, que asumen al líder como único capaz de guiar, son la antítesis de lo que supone una democracia, son el antagonista del ideal de la transitoriedad del poder.     

Claude Lefort ha sido uno de los que mejor ha descrito este asunto al decir que la democracia es un lugar vacío. La democracia, según él, aparece con la conciencia colectiva de que el poder no le pertenece a nadie, que ninguna mujer o hombre, por más maravillosos que sean, son sus depositarios. De que ninguna persona que ejerce el poder, lo encarna, como pasaba en las monarquías. Que las mujeres y los hombres, en una democracia, son sólo los encargados transitorios de la gestión pública. Que los ciudadanos les otorgan esa labor por un tiempo limitado.  La idea de Lefort plantea que el sentido de la democracia es la creencia en que ningún ser humano configura por sí mismo poder político alguno.      

Cuentan que en la república romana existía un oficio para recordarle a los militares en los desfiles de triunfo su condición humana. El auriga, así se le llamaba a quien cumplía esta labor, tenía dos funciones principalmente: sostener la corona de laurel del comandante militar en el desfile de triunfo y susurrarle al oído constantemente: “memento homo», que en latín es: «recuerda que sólo eres un hombre». Recuerda, que así haya miles de personas alabándote, eres simplemente un ser humano. No eres un dios todo poderoso capaz de cualquier asunto. Eres un humano, tanto como los que te alaban.     En las democracias modernas habría que entregarle a cada presidente en su acto de posesión una placa o un papel con esa expresión, habría que reglamentar la función del auriga para que le recuerde que sólo es un ser humano, para que le reitere que sólo es un ciudadano que está ocupando un lugar transitoriamente, que no encarna por sí sólo ningún proyecto político, ningún poder definitivamente, y que su presencia, en una democracia, es y debe de ser prescindible. El próximo 7 de agosto, cuando Iván Duque le entregue el mandato de transitoriedad a quien será el nuevo presidente de Colombia, quisiera que hubiera un auriga que le susurrara al oído: recuerda que sólo eres un hombre, que no encarnas el poder, que eres el encargado transitorio de ejercerlo y que la democracia, es, y será siempre, un lugar vacío.  

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