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Mario Duque

Memelandia

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Ha vuelto a pasar. Primero el asunto se vuelve viral, va de red en red, de chat en chat, y con eso parece que basta para que los medios de comunicación decidan que es importante… O noticioso, por lo menos, que no siempre es lo mismo.

Si la gente lo está viendo, yo también se los daré, parece ser la consigna de algunos editores. Si me trae gente y me suma clics, qué importa que no lo haya comprobado.

Pasó antes, digo. El tal Michael Quiñones, que caminó rápido del anonimato al descrédito, jugó a tatuarse la cara. Messi y D10S, se supone que decía aquella marca indeleble en su frente y su carrillo. Los medios de aquí y de allá corrieron a presentárnoslo a quienes lo desconocíamos: usaron los contenidos del propio Quiñones —quien firma sus supuestas bromas virales como Mike Jambs— para llenar sus páginas y redes, nos contaron luego de las burlas y del arrepentimiento que él mismo contaba que sufría. Pura pantomima. El tal tatuaje no existía, nos dijeron luego. Antes no pareció ocurrírsele a ningún periodista visitar al influencer para comprobar su relato. Fue suficiente con el espejismo de sus post.

El periodista, dice la vieja máxima, no es quien les da voz a quien dice que llueve y a quien dice que no, el periodista es el que abre la ventana para comprobar si, efectivamente, llueve o hace sol.

¡Vaya forma de quedar en evidencia!

Aquello fue hace poco. El 21 de diciembre apareció el video del tatuaje, el 27 el del arrepentimiento, el 5 de enero el desmentido. Pero el que aún sostenga que al perro no lo capan dos veces, que revise la frase, porque como decía, ha vuelto a pasar. El pasado fin de semana estaba circulando red en red, de chat en chat, un nuevo contenido viral. Se esparció rápido, en trinos, post y repost: eran segundos apenas de la vida de un niño genio, una calculadora humana, huérfano de padre, responsable de llevar la comida al hogar o por lo menos con qué comprarla. Romantización de la pobreza, en todo caso.

Aún así, vi la historia y recordé un cuento de Truman Capote, La botella de plata, donde también hay una especie de milagro matemático: el pequeño Appleseed es capaz de acertar la cifra que suman las monedas de diez y cinco centavos que llenan una botella de vino, atracción del bar Valhalla en el condado de Wachata.

A Appleseed es posible seguirle el rastro en la ficción de Capote; al niño prodigio de las matemáticas, a quien los medios dieron relevancia y resonancia, no. Corrieron, como antes con el influencer Mike Jambs, a reproducir una y otra vez el video, a repetir la historia. Amplificaron el llamado del gobernador de Antioquia pidiendo que le ayudaran a encontrar al muchachito, pero no había nadie a quien encontrar. No había tal niño huérfano prodigio en las operaciones matemáticas. De nuevo, como antes, tardaron en abrir la ventana.

Hay peores casos, claro, como aquella que obligó a Cambio a desdecirse.

Nunca ha sido fácil ser periodista, pero mantener un poco de rigurosidad sobre lo básico del oficio evitaría —o reduciría, por lo menos— eso de ir de ridículo en ridículo, aunque parecen no dar acuse de recibo.

Otros escritos de este autor: https://noapto.co/mario-duque/

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