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El problema principal de las ciudades es la convivencia. Las ciudades son extraños experimentos sociales que venimos desarrollando desde hace diez siglos y que siguen presentando dificultades enormes para los seres humanos ¿cómo vivimos juntos, bien, sin violencia, con justicia, en la posibilidad de que cada uno siga su proyecto vital y tenga la oportunidad de encontrar la felicidad? Hay un tonito utópico aquí, pero es que las ciudades siempre fueron vehículo de eso, la expectativa humana de lograr vivir bien juntos, a pesar de todo.
Hasta el mes de octubre de este año habían muerto 199 personas en incidentes viales en Medellín. El año pasado, según Medellín Cómo Vamos, murieron 346 personas, un incremento preocupante de las 173 que murieron en 2020 e incluso de las 231 que murieron en 2019. Las vías son buena medida de la disposición de convivencia de las personas, son suma de nuestra preocupación por otros, nuestra disposición a seguir indicaciones y cumplir reglas básicas. Las muertes viales, además de grandes tragedias, son síntoma de la resentida cultura ciudadana de Medellín.
Pero no es, ni mucho menos, el único lugar de preocupación respecto a nuestra capacidad para vivir juntos. De acuerdo a la Encuesta de Cultura Ciudadana de Medellín 2021 los últimos años hemos visto un incremento en representaciones y comportamientos como la justificación a la violencia de género, como la reducción del 36% al 19% en las personas que están “completamente en desacuerdo con la violencia contra la mujer” o el aumento de 0% a 14% en las personas que creen que cuando “un hombre agrede a su pareja es porque seguramente le dio motivos”.
Este deterioro en las maneras cómo interactuamos en las vías y nos percibimos como conciudadanos que se cuidan entre ellos se suma a lo que para muchos es una experiencia cotidiana de lo que solo puede describirse como despreocupación por lo público en las calles de la ciudad. El orgullo que los medellinenses sienten por su ciudad es un lugar común que también se deteriora, entre 2019 y 2021 pasamos del 52% de habitantes que se sentían “muy orgullosos” por la ciudad al 37% y las personas que se sienten “poco orgullosas” pasó del 10% al 16%.
El orgullo puede parecer menos si lo comparamos con los otros datos, pero no debería. El sentido de comunidad que reúne a una sociedad es fundamental para crear lazos de cooperación y para la reproducción de imaginarios positivos sobre el otro que terminan influyendo en la confianza que sentimos por otros. Precisamente ahí hay otra fuente de preocupación. Medellín solía tener una cantidad extraordinaria, si se compara con el resto de Colombia, de personas que confían en otras. En 2019 el 43% de los encuestados en la Encueta de Cultura Ciudadana decían que se podía confiar en “las demás personas”, en 2021 ese porcentaje bajó al 31%. La caída es atípica. La confianza interpersonal solía moverse apenas dos o tres puntos porcentuales cada dos años que se realiza la medición, una caída de doce puntos nos debería preocupar profundamente.
La civilidad que se desprende de las agendas de cultura ciudadana no solo depende del Estado, pero casi siempre es la institucionalidad pública la que realiza esfuerzos más claros para reproducir escenarios de convivencia ciudadana. Los últimos tres años han visto una apuesta mermada en cultura ciudadana desde la Alcaldía de Medellín, sin objetivos claros y con poco presupuesto. La Secretaría de Cultura Ciudadana ha visto su presupuesto reducido de manera sustancial. Mientras en 2018 la ejecución de esta dependencia estaba en 153 mil millones de pesos (el 2,36% del presupuesto municipal) y en 2019 lo ejecutado estuvo en 160 mil millones (2,6% del presupuesto total), en 2020 la ejecución fue de 110 mil millones (el 2% del presupuesto municipal), en 2021 fue de 128 mil millones (1,8%) y este año lo aprobado es de 110 mil millones (1,6). La Alcaldía ha reducido año por año la inversión en cultura ciudadana, no solo en el total de los recursos, sino en su proporción respecto a los recursos de toda la Alcaldía. La agenda institucional de cultura ciudadana se marchita.
La cultura ciudadana no es, ni mucho menos, la única preocupación respecto al bienestar de una ciudad y es comprensible que en situaciones complejas las prioridades puedan estar en lugares más urgentes, pero abandonar la agenda de construcción de ciudadanía y convivencia tiene unos costos sociales enormes. Nos impide abordar muchos problemas complejos desde sus características culturales, como la reducción de comportamientos imprudentes que generan muertes en las vías o la reducción de representaciones machistas que cobijan la violencia de género, y al tiempo, nos niega la posibilidad de vivir en una ciudad como una comunidad. Nos obliga a vivir con extraños, adversarios y potenciales enemigos cotidianos. Le quita la civilidad a la ciudad y en ese sentido, la destruye; nos vuelve en habitantes de ruinas.
Seguro no ocurrirá en el futuro cercano; pero es fundamental que la ciudad y sus líderes reivindiquen la importancia de esta agenda. Y que salgamos de la ruina.