Va quedando atrás la época en que, los que tenemos entre 30 y 40 años, cuando éramos adolescentes, escuchábamos las historias de los “cacaos”, hombres y mujeres que desde la política, la economía, la cultura, los movimientos sociales, el periodismo, la academia, entre otros ámbitos, soñaban, planeaban y ejecutaban una visión de sociedad que le daba un norte claro a las acciones de lo público.
Esos líderes eran los interruptores que se debían prender para que la ciudad avanzara. Tenían legitimidad porque mostraban trabajo, se remangaban la camisa, cambiaban las cosas y enfrentaban los problemas desde la legalidad y las instituciones.
Fueron capaces de articular ideas diferentes que coincidieran ética y estéticamente en la construcción de un camino que parecía utópico, pero del que se fueron desprendiendo grandes logros. Medellín no sería lo que es hoy si ellos no se hubieran opuesto al poder corruptor del narcotráfico, no hubieran creído en la importancia de hacer empresa, no hubieran estado convencidos de que la política debía ser dignificada con personas honestas e inteligentes, o no se hubieran puesto la misión de articular al sector privado, el sector público y la academia.
En la actualidad, Medellín enfrenta un reto muy grande. Sus instituciones han sido tomadas por un grupo de personas que no cree en lo público, que llegó a usufructuar, lo que nos pertenece a todos, de manera privada, y que rompió la confianza de la ciudadanía.
Son personajes con un espíritu pequeño que gobiernan con rabia y resentimiento, que se quieren llenar los bolsillos rápidamente porque saben que no volverán al poder que detentan hoy. Vinieron a destruir.
No quieren a Medellín ni a sus habitantes. A la ciudad la ven como el vehículo a su enriquecimiento y a las personas como la base de legitimidad que necesitan conquistar para aceitar la popularidad necesaria que oculte sus intereses oscuros.
¿Quién le hace frente a esta situación? ¿Dónde está la élite de la ciudad? Ayer conversaba con un amigo al que le decía que una sociedad sin élite está condenada al populismo, que es lo que siento que está pasando en Medellín.
La élite no tiene nada que ver con lo que está en los bolsillos y sí con lo que se tiene en la mente y el corazón. Pensar y amar nuestra ciudad requiere inteligencia y coraje, calma y bondad, visión y empatía. Ser parte de la élite no es ser un líder más; implica entregar tu vida al servicio, desdibujar tu ego en favor de los demás y tener la capacidad de convocar ideas distintas que señalen una ruta.
Los líderes de la ciudad andan tímidos, callados, indolentes. No es con comunicados, columnas de opinión, meditaciones, recomendaciones de libros, almuerzos o trinos como se le debe hacer frente a esta falta de relato y a la coyuntura aciaga que atravesamos. La acción política necesita más valentía, más inteligencia, ser mucho más intrépidos.
De nada sirve el cálculo personal para salir bien librado de un problema colectivo. De nada sirve estar bien cuando el resto está mal. Y de nada sirve creerse de la élite si no se actúa en consecuencia.
Si hay élite en Medellín, que saque la cabeza cuanto antes y deje de hacer la del avestruz.