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Que Medellín se haya convertido en el referente de Colombia nos ha hecho mucho daño (y eso que Barranquilla nos viene quitando el puesto), porque claro, cuando nos comparamos con otras ciudades del país salimos muy bien librados, pero otro gallo canta si nos miramos con otras grandes ciudades extranjeras, incluso latinoamericanas.
Esta ciudad es encantadora, no en vano la internacionalización que está viviendo, y antes de Quintero venía avanzando a grandes pasos. Sin embargo, el costo de la gloria es dormirse en los laureles.
Medellín no tiene un buen transporte público, y no se trata de desconocer los avances: la construcción del Metro, los Metrocables, el Metroplús son grandes logros colectivos. Pero estamos muy lejos de ofrecer un buen servicio que abarque toda la ciudad. Claro, 34 kilómetros de metro es mucho comparado con otras ciudades de Colombia, pero poco frente a los 67 de Caracas, 140 de Santiago de Chile o 43 de Porto Alegre.
Esto por no hablar de los buses, que todavía paran donde les da la gana, que no cumplen ningún horario y que es imposible consultar en una aplicación sus rutas o el tiempo que demora en llegar el bus siguiente . O de las cebras, que son completamente ignoradas por nuestros conductores. Temas ya resueltos en buena parte de las grandes urbes latinoamericanas.
Todavía los cables de la energía eléctrica son elevados y afean la ciudad, cuando la tendencia de las grandes ciudades del mundo es a enterrarlos. No tenemos ningún respeto por el silencio, pocos negocios respetan las normas y horarios del ruido permitido, y desconocemos la insonorización de las discotecas.
El mínimo de espacio público por habitante, léase bien mínimo y no ideal, según la OMS debe ser de 12 metros cuadrados, y en Medellín no llegamos a 4.
No sabemos hablar inglés: según el Índice del Dominio del Inglés de Education First, nos superan Armenia y Barranquilla, es decir, vemos escapar la plata que traen los extranjeros porque no sabemos cómo hablarles.
La lista podría seguir, y no es un llamado a sentirnos mal o a negar los avances reales que hemos vivido en Medellín, sino a cambiar de referentes y a elevar la vara con la que nos medimos, solo así podremos avanzar.
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