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Hay tres elementos que resaltan en el muy trágico caso del hotel Gotham. Lo primero, y absolutamente aterrador, es que la institucionalidad, en conjunto, obró con negligencia y desconocimiento, mínimamente. Sin caer en falacias de generalización, la explotación sexual de niños, niñas, adolescentes y mujeres en Medellín es sabida por todos desde hace décadas.
No se necesita ser un experto en el delito, porque salta a la vista. No es nuevo y es tan profundo que ya ni siquiera hay que estar en la calle para notarlo porque, como lo sabe hacer la criminalidad de esta ciudad, se adentró hasta en los ámbitos más privados.
Este caso evidenció que el sistema entero es ineficiente. Se demostró, otra vez, que, ante la gravedad de los hechos, tratar de sanarlo con curitas es, por lo menos, ridículo. Por ejemplo, el decretico con el que se pretendió evitar que los niños estuvieran en la calle durante horas de la noche y la madrugada fue, como tantos otros, ingenuo y fácil de burlar.
El, digamos, “desconocimiento” de la policía para hacer su labor, una vez estuvieron en el lugar y en las horas posteriores, también demuestra un nivel de inconsistencias que no sorprende, pero sí angustia.
La administración, la policía, la fiscalía… todos están llenos de estudios, de investigaciones con estadísticas, saben quién es quién y cómo operan. Conocen los delitos con todos sus matices; hay rutas de acción, políticas detalladas para saber qué hacer y cómo obrar… pero la criminalidad de esta ciudad es tan compleja que ante un caso como este no supieron (¿o no quisieron, o no pudieron?) hacer lo que debían hacer.
El segundo elemento es que este episodio que se hizo viral, que es dramático y escalofriante, es solo uno de los incontables casos que ocurren a diario en esta ciudad. “Thimothys” hay a granel deambulando por Medellín. Van y vuelven como si nada. Hacen de las suyas con la tranquilidad que da saber que nada les pasará. Y, más grave aún, el show con el extranjero encandelilla tanto hacia afuera que ejerce dos efectos muy crueles: pone sombra sobre la terrible realidad local en la que los abusadores están dentro del mismo hogar y no deja ver que detrás de “Thimothy” lo que hay son estructuras perversas y sofisticadas.
Por último, y tal vez donde radica un tris de esperanza, es que la acción de la ciudadanía para denunciar, visibilizar y ejercer sanción social sí funciona. Estar atentos, alzar la voz, cuidarnos entre todos es el camino. Que extranjeros y locales sepan que hay ojos y voces atentos. Que entre todos protegemos a los niños y las niñas. El riesgo es mucho: la xenofobia, la violencia, la ley por mano propia están en cada esquina; y encuentran en esta ciudad el terreno para enraizarse. Sanar a Medellín es un proceso largo, difícil y agotador, que solo será efectivo si combinamos la adecuada gestión de la institucionalidad con la fuerza consciente de los ciudadanos.
Otros escritos de esta autora: https://noapto.co/maria-antonia-rincon/