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La mayoría de las personas tiene experiencia en la organización de algún tipo de proyecto; un emprendimiento, una ONG, una gran empresa, un trabajo académico, todos acarrean un esfuerzo importante para que se alcancen los objetivos. Sin embargo, existe un campo en el que es poco usual que las personas se involucren con ese mismo nivel de compromiso pero que resulta fundamental para la vida de todos ya que es un elemento esencial de la democracia.
Se puede llegar a pensar que es fácil organizar un partido o movimiento político, como si se tratara simplemente de reunir a unas personas con aspiraciones y ya. Pero la realidad es distinta, mucho más compleja, porque está atravesada por trámites, la ineficiencia del Estado y, no en pocas ocasiones, la mezquindad de las personas. Es cierto que existen muchos políticos que con una simpleza inquietante sacan partidos de garaje en donde lo único que hay detrás, como punto de unión, es la plata y la codicia, sin ideas, sin debate, sin obstáculos estatales gracias al poder de su dinero. Es claro que aquí no me refiero a esos.
Hablar en serio de construir una propuesta que enriquezca la democracia implica encontrar personas que compartan una visión de lo público, del papel del Estado en la sociedad, pero también de lo ético, unos principios y unos valores que debe regir el manejo de los recursos, la priorización de los problemas y la toma de decisiones. Esto que suele resultar aburrido para aquellos a quienes solo les importa ganar el poder de cualquier forma, para mí es el corazón de cualquier proyecto político. Si no se comparte un compromiso ético, será muy difícil construir algo creíble y sostenible que sustente las propuestas y programas que se van a plantear. Como se trata de un proyecto con personas, es difícil garantizar la honestidad en sus palabras y cada tanto se presentan dolorosos desengaños.
Superado este punto, empieza la necesidad de recursos para el sostenimiento del equipo, los procedimientos jurídicos y las actividades. En los 15 años que llevo en movimientos y campañas, siempre hemos trabajado con “las uñas”, enfrentando con creatividad y esfuerzo las tulas de plata que abundan en aquellos mercaderes electorales. Este es uno de los puntos en los que se hacen más evidentes las diferencias con los corruptos y los tramposos que no respetan topes legales de financiación y que ante los ojos de todo el mundo se burlan de la democracia. Debo confesar que lo que duele no es solamente que las instituciones no hagan nada, pues están cooptadas por ellos mismos, sino que la ciudadanía acepte la trampa y la compraventa como forma válida e incluso inteligente de hacer campaña.
Contra estos y otros retos se enfrentan muchos de quienes deciden poner su nombre en un tarjetón electoral. Les propongo el sencillo ejercicio de identificar las personas nobles, reunidas en partidos y movimientos honestos que, con esfuerzo, disciplina, rigor y largas horas de trabajo, han preparado unas ideas para proponerle a la ciudad y al departamento. Ellos son el alma de la democracia, la cara real y tangible, que resume los sacrificios de querer aportar. Los nombres de los partidos son solo una representación necesaria pero insuficiente. Al momento de votar, es importante que entienda que hay algo mucho más profundo y relevante detrás de un logo.
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