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Esperaría que ya estuviéramos todos enterados del histórico triunfo de la selección española femenina de fútbol en la Copa Mundial Femenina 2023. Se ha hablado de la labor impecable que realizaron todas las jugadoras no solo representando a su país, sino enalteciendo el fútbol femenino que, lo creamos o no, es menospreciado en todos los países del mundo. Se habló del trágico fallecimiento del padre de Olga Carmona, la anotadora del único gol en la final contra Inglaterra y, por supuesto, se ha hablado del acoso por parte de Luis Rubiales, presidente de la Federación Española de Fútbol, hacia la jugadora Jennifer Hermoso.
“Ella fue la que me subió en brazos, que me acercó su cuerpo,” dijo Rubiales en su discurso ante la Asamblea Extraordinaria de la Federación la semana pasada. Dijo que el beso fue consensuado, en un momento de euforia, producto de la emoción de tener, por primera vez, campeonas mundiales de fútbol. Esto lo hizo después de que, estando él en la audiencia, se hubiera agarrado sus genitales en modo de celebración.
“Falso feminismo” llamó a los justos reclamos de jugadoras, aliadas, mujeres, activistas, políticos y demás alrededor del mundo, quienes le llamaron la atención por un gesto tan confianzudo, subido de tono, y que, simplemente, es acoso. Lo que más me molestó no fue su discurso, porque ya he conocido a muchas personas que no quieren aceptar responsabilidad por su reproducción de retóricas y actos machistas. Lo que más me dolió, más me devolvió a la realidad del porqué escribo lo que escribo, es que sus palabras fueron recibidas por aplausos.
Explicó que el beso fue espontáneo, lo cual quiere decir que no hubo deseo sexual, ni posición de dominio. Lo primero que Rubiales no ha entendido es que el beso no tenía que venir desde el deseo sexual para ser acoso. Y siendo el presidente de la Federación, liderando un deporte que tradicionalmente ha excluido y vulnerado a las mujeres, ¿a qué se refiere con que no había una posición de poder?
Aunque Jennifer Hermoso haya dicho en redes que el beso la incomodó, y que no fue consensuado, he escuchado justificar lo sucedido. “Es que ante la emoción,” me dijeron. Y mi respuesta es, ¿qué sucedería si ante la emoción de un trabajo bien hecho su jefe le diera un beso en la boca? ¿Cómo se sentiría si se lo hicieran a su pareja? ¿A su hija? ¿A su hijo? Porque no se trata de emoción. La emoción se grita, se baila, se salta, se canta. Pero la emoción no hace que suceda el acoso; el acoso sucede por los acosadores.
El mensaje que se entiende de que Rubiales haya agarrado la cabeza de Hermoso y le haya estampado un beso en la boca es el mismo que entiende la adolescente que a los dieciséis años fue acosada por un periodista en un evento de la Alcaldía de Medellín. El mismo que entiende una niña de nueve años cuando la obligan a besar a cuanto conocido, familiar o ser querido se le atraviese, así no quiera, así tenga sueño, así el aliento de quien debe besar huela a cigarrillo.
El mismo mensaje que se entiende cuando en una fiesta a la mujer de diecinueve años la agarran de las piernas y la alzan, y ante gritos, finalmente la sueltan, pero no sin antes agarrarle la cara y estamparle un beso. Es el mismo mensaje que entiende una mujer de treinta años cuando en una fiesta le echan una pastilla a su bebida porque está siendo “muy difícil.”
El mensaje es que nuestro cuerpo no es nuestro después de todo. Que, aunque de la época de la colonia sí hemos avanzado en cuanto a que podamos votar, a que sí podemos tener propiedad bajo nuestro nombre, sí podemos heredar, sí podemos liderar el gobierno, y también podemos decidir no tener hijos, nuestro cuerpo sigue siendo -al parecer- público, para que los acosadores hagan y deshagan con él. Nuestro cuerpo es cancha para manoseadas, para morbosidades de desconocidos, para miradas intimidantes, para besos y gestos sin consensuar. Nosotras, por más que queramos, no hemos podido ser del todo nuestras, porque una y otra vez tenemos que recuperar el sentirnos propias cuando estas cosas suceden.
Un beso no lo es todo. No lo puede ser. Rubiales cogió el que probablemente es el momento más feliz de toda la carrera de Jennifer Hermoso y la volvió sobre él. La volvió sobre su suspensión, sobre su familia, mencionando que tiene tres hijas y por ende no puede ser un acosador. Puso a una jugadora de fútbol profesional a rechazar jugar con la selección mientras él siga siendo el presidente de la Federación. Rubiales dijo con orgullo que no renunciará, y aunque el acosador es él, la que renunció es Hermoso. Pero la recordaré como lo que es; mundialista.
Esto importa en España, importa en Sidney, importa en Estados Unidos, en Inglaterra y en Colombia. Porque nosotros, un país que ni liga femenina digna tiene, no habla de lo injusto que es el mundo del deporte, que es difícil para todos, pero particularmente para las mujeres. No se habla de que la mayoría deben tener trabajos externos mientras no haya liga la mitad de los meses del año, que se les paga dramáticamente menos que a los hombres, y en vez de enfurecernos, lo justificamos diciendo que no hay patrocinadores para generar ingresos, ni interés para llenar estadios, para firmar exclusividad con canales televisivos, para vender camisetas de la selección.
Qué tristeza tan absoluta y honda que el Mundial Femenino de Fútbol 2023, el cual generó revuelo, demostró interés por el deporte femenino, llenó estadios, vendió camisetas, y también aseguró patrocinios multimillonarios, terminó con acoso. No es sorprendente, pero sí que es desolador.
Otros escritos de esta autora: https://noapto.co/salome-beyer/