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Recientemente tuve la oportunidad de vivir una experiencia de innovación social con otros 24 líderes del país. Todos y todas somos de territorios, lugares, proyectos y causas diferentes. Entre las múltiples conversaciones que tuvimos sobre nuestras experiencias, retos y desafíos para seguir sosteniendo las acciones de cambio por las que soñamos, surgieron palabras como la culpa, el sacrificio, el dolor y la rabia como movilizadores en nuestro quehacer.
La mayoría de nosotros mencionamos la culpa como un eje. Venimos de procesos de base y experiencias comunitarias que nos han enfrentado no solo a nuestras propias vivencias con el dolor, los abusos, la violencia y las consecuencias de la pobreza; sino que lo vemos con mayor agudez en las personas con quienes trabajamos. Esto significa que, si yo tengo hambre, alguien tiene más que yo, si yo fui abusado, alguien lo está viviendo ahora, si yo fui violentado, hoy tengo 30 jóvenes viviéndolo.
Esta relación directa siempre con el dolor, con la miseria, con la pobreza, con la falta de oportunidades, nos ha hecho sentir culpables. Culpables cuando nos ofertan un trabajo con salario digno, culpables cuando podemos darnos una comida en un restaurante favorito, culpables cuando aparece un viaje de vacaciones fruto de los ahorros, culpables de ir a un concierto soñado, al final, culpables por disfrutar la vida.
Colombia es el país donde más asesinan líderes sociales en el mundo. Acá, ser líder es similar a estar en riesgo permanente, ser líder es similar a la muerte. Y esta relación con la muerte parece que no solo se atraviesa en que tu corazón deje de latir a causa de la violencia, sino que deje de latir a causa del poco disfrute y conexión con la vida.
Estamos tan acostumbrados al ritmo de la guerra y del dolor, que nos espanta el ritmo de la vida, de la sonrisa, del disfrute de una buena comida y la plaza pública. Aunque sabemos como suenan los tambores de la esperanza, no nos permitimos su baile.
Me inquieta que tanto hablamos de la vida digna, pero nos asusta cuando nos acercamos a ella. Este sistema se perpetúa también a través de hacernos sentir insuficientes, poco merecedores, sacrificados, poco alegres, poco esperanzados.
Es curioso que nos enseñaran que el único lugar para experimentar la transformación social es desde el sacrificio y no desde el agradecimiento a nuestras causas, posturas e historias. Develamos una trampa discursiva, que pone nuestra atención y energía en lo operativo y no en lo estructural, en el dolor y no en la alegría, en la escasez y no en la abundancia.
¿Cómo hacemos para transmutar estas narrativas? Pues la muerte no solo está llegando con violencia, sino con enfermedad física, depresiones, malos hábitos y profundas soledades. ¿Tiene sentido liderar el cambio a costa de una vida desconectada?, ¿qué significa la vida digna para nosotros? Pues «Donde está nuestra atención, está nuestra vida».
Otros escritos de esta autora: https://noapto.co/luisa-garcia/