Mañas de clandestino

Mañas de clandestino

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No se puede sobrevivir en la clandestinidad sin guardar con rigor los principios del secreto y la compartimentación. Las Farc tienen un manual al respecto, por ejemplo. En el libro de Juan Gabriel Vásquez, Volver la vista atrás, hay pasajes sobre cómo se vivían estas técnicas en el EPL cuando el cineasta Sergio Cabrera estuvo en el monte con el alias de Raúl. La reacción del gobierno tras las marchas del 21 de abril me hizo pensar en esos dos conceptos.

Cuenta Vásquez en el libro que una vez enviaron a Cabrera o a Raúl a montar un retén con un destacamento de cinco guerrilleros. Con hambre y las provisiones acabadas, mandó a un campesino con diez mil pesos a que comprara arroz, fríjoles y panela. Mientras los otros cocinaban el arroz y remojaban los fríjoles, Raúl desenvolvió la panela y vio que en la hoja de periódico donde venía, se informaba que su mamá, integrante de una célula urbana del movimiento, estaba en la cárcel.

Días después, notó en las miradas huidizas de los compañeros que llegaron a relevarlo, que todos sabían la mala noticia y ninguno le dijo. “Era una situación absurda en la que todos fingían no saber, pensando que Raúl no sabía, y Raúl, que ya lo sabía todo, fingía no saber que ellos sabían”. 

El secreto radica en mantener hacia los amigos y la familia una “desconfianza constructiva», dice el manual de las Farc. Y la compartimentación también se basa en el secreto: consiste en fragmentar la información de las misiones de tal modo que quien cumple una primera parte no sepa para qué y, quien desarrolla la segunda, no esté enterado de qué se hizo en primer lugar ni de qué se hará después.

Por ejemplo, narra Vásquez que una vez, buscaron durante una semana una caleta con armas y comida en el campamento donde estaba Cabrera. La habían protegido con tanto secretismo, que cuando la necesitaron nadie la pudo encontrar y tuvieron que dejar que se la tragara la selva.

Secretismo y compartimentación para confundir. A la 1:11 de la tarde Laura Sarabia, la funcionaria más cercana al Presidente, publicó un trino llamando a la grandeza de reconocer las multitudes que marcharon, y a la reflexión y a la autocrítica como Gobierno. Faltando un cuarto para las cinco de la tarde de ese mismo domingo, trinó Petro diciendo todo lo contrario: que los que salieron no fueron tantos, ni en tantas ciudades, y que el principal objetivo de las marchas fue “gritar ‘fuera Petro’ y derrocar el gobierno del cambio”. Por la noche, no en X sino en los noticieros, Luis Fernando Velasco, ministro del Interior, reconoció el mensaje político que las manifestaciones habían enviado.

Petro le dio RT a su propia publicación y no a la de Sarabia. El resto de la semana, su cuenta de X se pobló de videos promocionales e invitaciones al pueblo a salir el Primero de Mayo, para pulsar fuerzas, marcha contra marcha.

Laura Sarabia, en cambio, replicó en Twitter a Iván Cepeda y Susana Muhammad, ministra de Ambiente, ambos con mensajes en pro de la escucha de la oposición y la ciudadanía. Pero no el tweet de Petro.

La disparidad en las voces puede ser un síntoma de descoordinación y de lejanía entre un presidente encumbrado en la soledad del poder y sus alfiles. Pero me inclino a pensar que obedece más a una muestra más contemporánea de lo que puede ser una versión del secretismo y la compartimentación: no para sobrevivir en la clandestinidad, sino para producir opacidad en la era de la hipercomunicación, de tal modo que la ciudadanía no sepa qué está pensando cada quién, o si lo que dice no es lo que piensa, o viceversa.

Pasó la semana y los vientos de diálogo fueron a soplar a Paipa, donde el fin de semana el gobierno en pleno se reuniría a reflexionar sobre las marchas. A la hora en que esta columna se estaba terminando de escribir, Gustavo Petro no había llegado al cónclave. El día antes causó polémica al pedir que ondearan la bandera del M-19 en un acto público como Presidente, para conmemorar el asesinato de Carlos Pizarro.

Que un exguerrillero haya podido llegar a la presidencia en un país de godos como este, es un triunfo de la democracia. Pero que Petro gobierne con mañas de combatiente clandestino, de espaldas a su equipo (como parece), y a la mitad o más de los colombianos, no lo llevará sino al puerto del desencanto (quizá también del de sus compañeros). Como pasó con las guerrillas del pasado y de hoy.

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