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Mañana el país seguirá siendo. Y lo será bien. No se acabará, como lo esperan los aficionados a las historias, en un cataclismo terrible. Tendrá un nuevo líder. Un token de la esperanza para algunos y un portador de odios, divisiones y todo lo que está mal con Colombia para otros. Pero seguiremos viviendo juntos, y lo más probable, avanzando en la creación de una Colombia más justa. Sea desde el Palacio de Nariño, o sea en las manos de nosotros: los colombianos de día a día. Mañana amanecerá un sol con mitad del país angustiado e inseguro por un porvenir que ha generado odios y división. Una eventualidad que se ha robado horas de sueño, causado peleas en familias y entre amigos, y generados miles de pliegos de palabras con reflexiones. Que sin duda ha abastecido a la academia con casos para estudiar dos políticos extraordinarios, extraños, e inesperados. Amanecerá un sol en la periferia del país con la certidumbre de que por fin fueron escuchados y el poder se alejó de los centros urbanos. Una victoria acertante. Tocará la luz a todos los jóvenes frustrados con el estatus quo, y por lo menos separarán la conversación del mismo discurso godo y violento que ha inundado todos los tímpanos en los últimos 20 años, y más allá.

Amanecerá una Colombia que, ojalá, tenga la certeza de seguir siendo una democracia. Con el sol se levantarán 1,3 millones de funcionarios públicos a continuar en su diligencia y protección de nuestras instituciones. Y lo seguirán haciendo sin importar el presidente de turno. Se levantarán millones de paisas ansiosos, para quienes su peor pesadilla se habrá cumplido, o se llevarán el refresco de que el país, una vez más, fue salvado de un final catastrófico. Como también se levantarán miles de rolos y costeños con la satisfacción de que vencieron la ineludible influencia antioqueña que ha existido por los últimos 20 años en los escrutinios electorales. Mañana se levantarán con tranquilidad los partidarios de la paz en Colombia, con la promesa, pase lo que pase, de que seguirá implementándose los acuerdos que cambiaron, de manera absoluta, la conversación alrededor de las elecciones. Que pusieron las FARC y el conflicto armado en un segundo plano, dando paso a problemas del futuro en vez del pasado.  El sol salpicará a 25 millones de mujeres a las que se les ha prometido, aunque se dude el feminismo de ambos candidatos, seguir siendo un elemento clave en la construcción de nuestro país. Seguirán abandonando los márgenes y por fin, después de décadas de injusticia que apenas empiezan a mermar, podrán contribuirle a Colombia como iguales. También se levantará la tierra con el nuevo prospecto de avanzar en la política de drogas, abandonando el odio de una guerra foránea que aceptamos. Dando paso a una regulación medida, inteligente e inclusiva en un tema que se ha vuelto tan revuelto con nuestra identidad nacional que es sinónimo quienes somos.

Llegará la luz a alrededor de 2 millones de mujeres afrocolombianas quienes se verán representadas, no importa el resultado, en el segundo eslabón de poder ejecutivo más importante del país. El país amanecerá también con el primer presidente no nacido en Bogotá o Medellín en más de 30 años.

Pero también nos levantaremos después de una ronda de elecciones llena de odios, escándalos, ataques sucios y desinformación del que tendremos que saber recuperarnos. Se levantarán 50 millones de colombianos exhaustos de los titulares tenebrosos que cada semana traían a la mesa otro escándalo que destacaban una vez más la incompetencia de nuestros candidatos. A nivel humano y a nivel político. También, quienes perdimos en la primera, o hasta en las elecciones de marzo, tendremos que fijarnos con cuidado en cómo hacer que nuestras voces sean escuchadas en la cacofonía nacional. Presionar para que nuestras ideas, con este nuevo sol, sigan siendo escuchadas a pesar de nuestra derrota electoral. Porque tal como la voz de la mayoría es un elemento fundamental de la democracia, también lo es la protección e inclusión de las minorías.

Tendremos que levantarnos con ese sol, y seguir trabajando, sin discriminación ni cansancio para que Colombia sea mejor. Porque, aunque el sol se levante y Colombia siga existiendo, también necesita de nosotros. Para celebrar lo simbólico y hermoso de lo que significa otra celebración de la democracia. Pero también para revisar y mirar al espejo quienes somos como país, quienes nos hemos vuelto con el tiempo, y qué rumbo colectivo tomaremos mañana y todos los días que siguen. Pero mañana amanecerá, y será como ayer. Otro día aspirando en convertirnos en un mejor país.

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