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Desde que tengo cédula he votado poco y he ganado todavía menos. Cuando mi decisión ha coincidido con la de la mayoría no he sentido la alegría del triunfo, sino la angustia del yerro.

Hay una frase que me da vueltas en la cabeza: mal tiempo para votar. Es la primera oración del Ensayo sobre la lucidez, de José Saramago. El final del primer capítulo de esa novela es mejor: «Pasaba de la medianoche cuando el escrutinio terminó. Los votos válidos no llegaban al veinticinco por ciento, distribuidos entre el partido de la derecha, trece por ciento, partido medio, nueve por ciento, y partido de la izquierda, dos y medio por ciento. Poquísimos los votos nulos, poquísimas las abstenciones, todos los otros, más del setenta por ciento de la totalidad, estaban en blanco”.

Es inevitable —para mí, por lo menos— asomarme al listado de candidatos a la alcaldía de Medellín sin recordar ese texto de Saramago.

Ustedes saben quiénes son: el que ya fue alcalde y se comportó como un posmoderno Wyatt Earp; el “elegido” que no tiene mayor mérito que el apellido que lo emparenta en algún grado de afinidad con el alcalde actual; el tránsfuga del uribismo que calculó que, a lo mejor, sus posibilidades estaban con el enemigo político del partido que lo apadrinó para ser concejal; uno que repite su aspiración con tan pocas oportunidades como cuando lo hizo hace cuatro años; uno que lo nombraron ad hoc, duró tres días y se enamoró del cargo… y como 10 más. Un largo etcétera de extras que están allí ni siquiera para animar la fiesta.

Es cierto que Medellín se merece —o necesita, mejor, porque tal vez sí nos merezcamos esa lista de intachables— más que ese discurso básico y simplista que va entre enfrentarse a Quintero (y a Petro) y azuzar las banderas del antiuribismo. Todos sabemos que lo que está en juego es recuperar para sí o mantener las estructuras burocráticas y de poder que unos y otros tejieron desde el piso 12 de La Alpujarra.

Tras la renuncia de Daniel Duque a su aspiración de ser alcalde (un arranque de realismo político como pocas veces suele verse en esta patria llena de personajes como Gabriel Goyeneche) algunos de sus reconocidos seguidores, empezaron mover la idea de votar en blanco, aunque por ahí uno borró su trino.

Yo, que antes también he dicho que el voto en blanco es flojera y falta de compromiso, me siento harto tentado en marcar esa casilla en el tarjetón el próximo 29 de octubre, porque en la lista donde están Federico Gutiérrez y Juan Carlos Upegui acompañados por el resto de aspirantes a superar el margen de error en las encuestas, no encuentro ninguno que merezca que le entregue mi confianza como ciudadano para dirigir esta ciudad.

¡Claro que es una ingenuidad pensar que ganará! Pero puede ser que ganemos una dignidad como electores que desconocemos o no hemos querido ejercer. Que por una vez, por lo menos, triunfemos sobre la resignación.

Hay un riesgo, claro, puede ser que a los que quieran votar por Batman les toque hacerlo por Robin. O que en lugar del primo, el ganador sea un cuñado… Pero puede ser que salga, de un mazo que no conocemos, una carta con la que no contábamos.

Otros escritos de este autor: https://noapto.co/mario-duque/

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