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Buena parte de la solución de los problemas radica en la finura con que se identifiquen las causas. Si nos equivocamos en el principio, de ahí para adelante todo será chueco. Del machismo de los hombres mucho se ha dicho, no todo, pero en buena medida avanzamos en el reconocimiento de causas estructurales. Con tales comprensiones, mujeres del mundo, han generado cambios radicales, de forma y fondo en las estructuras patriarcales. Algunas, con más reflectores y medios; otras desde el silencio de lo cotidiano; pero, en suma, mujeres que asumen su vida con un sentido de denuncia y transformación.

Ahora, de lo que poco hablamos: en más ocasiones de las que aceptamos, somos las mujeres quienes reproducimos las estructuras machistas que, al final, nos afectan a todos. Y aquí, varias claridades: 1) Ser mujer no es sinónimo de ser feminista; y no tiene que serlo. El feminismo no es el único ni el más válido camino de transformación. 2) Las mujeres también somos machistas, cada una en mayor o menor medida, según las propias posibilidades de reflexión y, sobre todo, según los márgenes de acción; y, 3) La realidad, casi siempre, supera para bien o para mal, a la etiqueta. 

Entonces, ser mujer en nuestra época no implica una suerte de determinación en la lucha por generar transformaciones. Hay mujeres que, por lo menos en el ámbito público, se comportan de maneras que reproducen los sistemas que privilegian lo masculino. Para la muestra, solo es necesario ver en noticias a más de una política.

Ellas, que están más expuestas, son más notorias. Por lo mismo, más fáciles de señalar. Sin embargo, en escenario reducidos, menos mediáticos, como en la oficina y en el hogar, el peligro es mayor. Existimos, lo que podríamos denominar, machistas anónimas. Y me incluyo, claro, porque incluso las reflexiones más sofisticadas tienen grietas y filtraciones.

Aun nos cuesta, por ejemplo, evidenciar en una reunión de trabajo que las expresiones del compañero, aquello que parece gracioso para ellos, son malos chistes sin gusto que alimentan como abono las estructuras de poder de lo masculino. Ese chistecito, más aquel gesto, más la sospecha, más el tonito despectivo, todos esos pequeños actos suman de manera contundente; pesan en las relaciones y nosotras, todavía guardamos silencio, sonreímos sin ganas, y dejamos pasar. “Eso no importa”, justificamos.

Nosotras mismas sospechamos de otras mujeres. A veces, somos las que recurrimos al humor para disfrazar nuestros prejuicios. Juzgamos los comportamientos de otras; no celebramos sus logros o recurrimos a expresiones pasivo agresivas para desestabilizarlas. Y la otra, en más de una ocasión, frente a estas expresiones, tampoco es capaz de defenderse. Ni qué hablar del “feminismos de clase”. Actuamos, aunque nos cueste reconocerlo, con una cierta amalgama de estrato. De nuevo, “eso no importa”.

Pero sí importa. Devolver el comentario, no celebrar el chistecito, preguntar por el sentido de la expresión… usar la voz para evidenciar pequeños actos machistas cotidianos; reaccionar ante lo injusto, no bajar la mirada… y así, como el alcohólico anónimo, reconocer que la lucha frente al machismo también es de un día a la vez.

Otros escritos de esta autora: https://noapto.co/maria-antonia-rincon/

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