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Este año he recibido varios regalos. Ninguno de ellos material. En enero me ocurrió algo que puso a prueba mi carácter. Una situación cuyo desenlace me trajo un aprendizaje enorme sobre la vida y el amor. Hablaré sobre ella más adelante, pues aún la estoy procesando y no quiero que mis palabras o reflexiones sean torpes o superficiales. Con los años he aprendido a observar cada circunstancia como una manera de encontrar perspectiva para reinventar quién soy. Y ha sido también la mejor herramienta para acercarme más a los demás.

Hace unos días, una persona a la que considero un gran amigo me dedicó unas palabras bonitas en su perfil de Twitter en las que decía que admiraba mi criterio y capacidad de pensar bien antes de juzgar. Luego, esta semana, un primo me dijo en una conversación que tuvimos sobre muchos temas, que yo era un espíritu libre y determinado. Dos personas a las que quiero y admiro me devolvieron la admiración y el cariño de una manera inesperada y sin pretensión. Recibir eso es para mí un regalo valioso, un tesoro que nadie me podría arrebatar. A los dos les respondí lo mismo: gracias por ver en mí el camino recorrido, pues no siempre he sido así. Y no es que ellos sean mis validadores. No soy así por ellos ni para demostrarles algo a los demás. Pero cuando alguien piensa de uno eso en lo que uno ha trabajado tanto sí es una victoria, un motivo para sentirse orgulloso, pues el proyecto más importante de la vida debería ser ese: conocerse, encontrarse, saberse gobernar. 

La admiración es un sentimiento muy bonito y es difícil de sentir. Vivimos en el afán del día y no nos detenemos a observar a los demás en profundidad. Pero no es solo una cuestión de tiempo. Se necesita un carácter especial para ver más allá de lo que tenemos al frente. Conocer el corazón y las complejidades de la mente humana siempre ha sido uno de mis intereses más intensos. Una obsesión.  Por eso escribo, pues muchas veces mis ideas y pensamientos solo encuentran un sentido cuando quedan por escrito, aunque para quienes me lean sea un disparate. Hoy quise escribir sobre la admiración, como si no fuera ya evidente 

Admirar se me ha vuelto un hábito: cada día encuentro una razón para admirar a alguien, incluso si es alguien que me genera dudas o a quien no conozco lo suficiente. Creo que las sospechas o prejuicios, por el contrario, fortalecen el hábito de querer observar, analizar y, eventualmente, destacar algo de esa persona. Se habla mucho de gratitud y empatía por estos días, pero nos hace falta empezar a hablar sobre otros sentimientos y maneras de comportarnos. Admirar es también una manera de empatizar, de ser más amables con el mundo y con los otros, aunque a veces no estemos de acuerdo. Admirar es abrirse.

Esto me hace pensar que la admiración es como una puerta para acceder a otras realidades y personalidades. Admirar es reconocer en el otro aquello que yo anhelo, es una forma de descubrir algo que uno tiene adentro, y también de aceptar, a su vez, algo que le falta. La admiración es la conquista sobre el ego y la vanidad porque nos obliga a admitir que lo que está afuera y lejos de nosotros es admirable, que no nos pertenece, pero es algo a lo que podemos aspirar.

Hubo una época de mi vida en la que criticaba todo y a todos. No me permitía entrar en esas dimensiones que solo con ver de lejos me parecían reprochables o descartables. Luego entendí que lo que me faltaba era admirarme a mí y que estaba cerrada a recibir. Suena extraño, pero siempre nos enseñan a dar y nunca nos entrenan para recibir. Reconocer eso fue ver todas las puertas que tenía por abrir para aprender de los otros, de eso que a mí tanto me hacía falta, o que ya tenía y no le daba importancia. Uno existe y es en la medida en la que es capaz de ver a los demás, de resaltar su belleza y tolerar su oscuridad.

En el último libro de la saga Harry Potter hay una escena que resuelve el destino del mago: luego de superar varias pruebas y de buscar por todo el mundo los pedazos del alma de Voldemort, otro mago tenebroso que ha querido matarlo desde que nació, Harry encuentra en una pelota dorada la siguiente frase “ábrete al cierre”. Estas enigmáticas palabras le revelan que la única posibilidad de sobrevivir es aceptar que algún día tiene que morir y que es esa noche en la que debe enfrentar a su asesino. Harry sobrevive porque el último trozo del alma de Voldemort vive dentro de él. Así que su enemigo termina por matarse a sí mismo sin saberlo.

La historia de este personaje creado por la autora británica J.K. Rowling es la representación de todas las vidas. El argumento de que la única manera de conocerse y aceptarse a uno mismo es enfrentando lo que nos hace vulnerables y débiles y entendiendo que aquello que habita en uno mismo —por brillante u oscuro que sea— habita en todos.

Otros escritos de esta autora: https://noapto.co/amalia-uribe/

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