Escuchar artículo
|
Para escuchar leyendo: Medellín, Pala
Ese domingo la familia se reunió en la casa de una tía para otro de esos almuerzos abundantes que los paisas acostumbramos a compartir. Ya en la noche me escapé a la habitación de la anfitriona y prendí su televisor para calmar la duda, Alonso Salazar era el nuevo alcalde de Medellín.
Habíamos vuelto apenas unos meses antes a la ciudad cuando supe de su existencia, papá lo señaló en una de sus vallas y me contó que ese era su candidato. Recuerdo bien esa imagen, Alonso sonriente con un mensaje enorme: Cuidemos lo que ha hecho Fajardo.
La Medellín a la que habíamos vuelto no era la misma de la que habíamos salido siete años antes. No era esa por la que me preguntaban mis amigos y profesores en Santa Marta o en Palmira, no era la ciudad de las bombas y las vajillas de miles de millones de la que hablaban en las noticias que veía mamá mientras almorzábamos. La ciudad que nos recibía de nuevo era la de los Parques Bibliotecas, la más educada, la de la esperanza. Ese señor de la valla tenía que ver con eso, desde ese momento también fue mi candidato.
Cuando anunciaron su triunfo grité emocionado, y mis tíos me acompañaron para ver cómo Alonso celebraba en Prado Centro y recibía un bastón indígena de mando, señal de triunfo para un partido que supo gobernar por ocho años a Medellín.
Recuerdo también el último programa de Fajardo, Con el alcalde, en el que condecoraba a Alonso en la recién reinaugurada Casa Barrientos. Recuerdo muy bien la posesión de Alonso en Carabobo Norte y cómo bromeaba Fajardo diciendo que felicitaba a su sucesor por no programarla muy temprano para ser primero de enero. Recuerdo los programas en Telemedellín, Un café con Alonso, en el que el periodista que nunca dejó de ser le pedía cuentas al alcalde que ahora era. Recuerdo los Juegos Suramericanos, Buen Comienzo, el festejo de los 335 años de la ciudad, recuerdo bien a la Medellín que era una obra con amor. Recuerdo sus tiempos y me emociono, fue la Alcaldía de Alonso la que me enamoró de lo público, fueron los tiempos de Alonso los que me hicieron descubrir mi propósito de vida, servirle a mi ciudad.
En los años que siguieron, Alonso fue condenado por un procurador malevo y absuelto por una justicia ágil, fue derrotado en su segundo intento por llegar a la Alcaldía y se dedicó de lleno a su oficio de siempre, el de contar historias.
Siempre me he lamentado de la injusticia que significó con él, y con sus tiempos, esa campaña de 2015. La sentí como una afrenta a la dignidad de la ciudad, a la memoria de nuestros tiempos. Claro, juzgar la noche al otro día es sencillo, pero ese no puede ser el último mensaje que Medellín le entregue a Alonso, ese no puede ser el último mensaje de Alonso para Medellín.
Los tiempos que le siguieron a esa elección demostró que la injusticia no era no elegir a un hombre, sino algo más profundo, haber abandonado el camino que permitió que esa Alcaldía fuera una realidad.
El modelo de participación política de la ciudad pensó que con as antiguas glorias bastaban para afianzar un proyecto que se agotaba. Los liderazgos que acompañaron a Alonso nunca se preocuparon por formar y fortalecer jóvenes que pudieran recibir la batuta, abrazaron esa falsa premisa de “votarán por mi porque soy el mejor” y dejaron a la ciudad al garete de las venganzas de politiqueros mientras algunos se miraban su propio ombligo. Tanto, que al Alonso del 2015 muchos lo dejamos prácticamente solo.
Quién sabe si él vaya a leer esta columna, ojalá que sí, y por eso quiero hacer un acto de justicia. Quiero agradecerle por entregarle su amor a la ciudad en su hora más urgente, quiero agradecerle por escribir libros que son necesarios para entendernos, quiero agradecerle por creer que, al final, sí nacimos pa´semilla. Sobretodo, quiero agradecerle por haber transformado mi vida y haberle dado un propósito, así él nunca se haya enterado de ello.
Dios te pague, Alonso. Medellín es una ciudad más bonita gracias a vos.
¡Ánimo!
Otros escritos de este autor: https://noapto.co/santiago-henao-castro/