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¿Cuántas historias enterradas bajo tierra, cubiertas por años de olvido o por oscuros poderes que hicieron todo lo posible para que permanezcan así para siempre?
Corrupción, sí. Enriquecimiento ilícito, también. Pero sobre todo crímenes, muerte, destrucción y aprovechamiento de ello.
Pero que no se sepa nada, que se oculte todo, que de esto o de aquello no se hable nunca. En Colombia (para no ir más lejos) la búsqueda de la verdad es un terreno minado, lleno de trampas, de intereses, donde gente turbia y poderosa hacen todo lo posible para que se mantenga el silencio sobre cómo obtuvieron el poder.
Hay gente en Colombia que se la ha jugado para que otros sepamos lo que otros quieren esconder, para que sea hagan evidentes las mentiras. Escarban en los rumores para encontrar lo cierto, los hechos, lo verificable. Hacen periodismo.
A esa gente la amenazan, la persiguen, la acosan, la exilian… la matan. La historia de Colombia está llena de ejemplos de periodistas jugados por contar lo que alguien no quiere que se sepa. La Fundación para la Liberta de Prensa (FLIP) tiene un listado donde recoge los nombres de 165 periodistas asesinados por ser lo que son: periodistas.
La entrada la publicaron por primera vez el miércoles 7 de febrero de 2018. El último nombre que aparece en ella es Wílder Córdoba, asesinado el 28 de noviembre del 2022 en La Unión, Nariño. Era el director de TV Unión. Ya ven, es una lista que no cesa, que se hace cada vez más larga.
Hay periodistas que se van. Que los obligan a irse. Ahí están Laura Ardila, que denunció la corrupción en la costa Caribe; Andrea Aldana, investigadora de derechos humanos; o Andrés Celis, periodista e investigador de la Comisión de la Verdad. Apenas tres de una lista larguísima: Eduardo Manzano, Alexánder Cárdenas, Alberto Castaño, María Lourdes Zimmermann tuvieron que irse por sus denuncias, como antes les ocurrió a Daniel Coronell, Antonio Caballero, Ignacio Gómez y no sé cuántos más. Muchísimos.
Irse no es fácil. Quedarse tampoco.
Los dueños de los secretos, ya lo dije, son gente con poder, el que les da las armas o la posibilidad de contratarlas. Son expertos en intimidar y lo logran. Acaba de pasar con el estupendo equipo de periodistas que componen Vorágine, ellos que hacen periodismo contracorriente.
“Por situaciones que comprometen nuestra seguridad, Vorágine se permite informar que dejaremos de publicar indefinidamente investigaciones relacionadas con paramilitarismo y narcotráfico”, publicó el medio y su director, José Guarnizo, en sus redes sociales. Los entiendo. Yo, que no tengo su valentía, sé como todos que solo hay una vida y hay que saber cómo y cuándo jugársela.
Los que mandan a callar, esa gente oscura (aunque algunos se esconden a plena luz) y taimada, ganaron de nuevo. O eso creen, porque el buen periodismo es paciente.
Desde aquí hago lo que puedo, que no es mucho: enviar unas cuantas letras de solidaridad para el equipo de Vorágine, un agradecimiento por todo lo que han contado. Su periodismo ha sido ejemplo y sus investigaciones valiosas en la construcción de la verdad que necesita Colombia.
Y sé, también, que una cosa es guardar silencio y otra no tener voz. Y Vorágine la tiene.
Otros escritos de este autor: https://noapto.co/mario-duque/