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Hay quienes dicen que los ojos son las ventanas del alma, han sido objeto de poemas, pinturas, metáforas, símbolos espirituales y en esta nueva era, hasta de tatuajes.

No es su mecánica perfecta, ni el misterio de sus colores lo que más sorprende. Es lo que alojan. Ellos son la entrada al mundo exterior. Es lo que nos conecta con el afuera.

Es un órgano extraño en nuestro cuerpo, logra que dejemos de ser un montón de huesos, tripas, músculos y líquidos que andan a la deriva. Hacen que estemos expuestos a la mirada del otro y expone ante nosotros, todo lo que tiene forma.

Es curioso porque están pegados de la cabeza, esto hace que lo que veamos tenga un límite para ver, el del cuerpo.

Se parece al lente de una cámara que solo puede obturar desde el lugar en que la pongamos, está sometida al movimiento del fotógrafo. Y aunque la pasee por distintos ángulos, siempre está el límite del espacio tiempo; porque solo se puede estar en un lugar a la vez.

Quienes viajan y se mueven más, les dan más alimento a los ojos, les permiten explorar más.

Así que, hay dos formas, en principio de expandir la mirada: cambiando muchas veces de ángulo estando en un mismo lugar o moverse más, viajar más, pasear la cabeza y los ojos con más frecuencia.

Sin embargo, como siempre hay un tercer camino. Otra forma más de expandir la mirada, otra forma de ver con esos mismos ojos.

Hay otra realidad, la del adentro. Y para acceder a ella, por paradójico que suene, hay que cerrar los ojos.

La ventana de la vida tiene por lo menos dos dimensiones; una que se visita con los ojos abiertos y otra a la que se accede con los ojos cerrados.

Distinto a lo que algunos pueden creer, cerrar los ojos no conduce a la inconciencia, al sueño amnésico, ni a la oscuridad, tampoco los cerramos para “apagarnos”. Hemos de preguntarnos la razón por la cual pasamos media vida con los ojos cerrados, tal vez sea porque en ese lugar hay otro mundo, algo más.

Los sueños son un poco de esa otra dimensión, cerrar los ojos para sentir el viento también lo es. Lo más inefable sucede con los ojos cerrados: un beso, escuchar música, bailar, meditar, cantar, dormir, hacer el amor. Es como tener un poco de los dos mundo.

La vida con los ojos abiertos es hermosa, tiene bellas formas tridimensionales, colores fantásticos, se puede apreciar los miles de formas que toma la luz. Esta vida nos permite reconocernos en lo que vemos, es el mundo que nos enseña de los límites, donde empiezo yo y donde termino, para que empiece lo demás.

La vida con los ojos cerrados es distinta. Borra los límites, tiene otras formas y nuevos colores. No es claro donde empieza o termina algo, se funden los objetos. Se vive distinto en esa dimensión. Se confronta todo lo que hemos visto en el mundo de los ojos abiertos, pero sin juicio, sin ego. Se atraviesa el dolor completo, se avanza a otra velocidad, hay encuentro con otros de manera espiritual e inmaterial. Se construye y se destruye con un nuevo ritmo y con otra intención.

Cerra los ojos se parece a ir a clase, ir al lugar donde vamos como aprendices a recibir la información más pura, la del amor.

Ese adentro es un verdadero lugar, una dimensión rica e infinita. No es una metáfora. Adentro se comprende lo que hay afuera. Esa dimensión siempre está disponible, aunque no viajemos con conciencia.

Cuando cerramos los ojos para visitarnos en el adentro, nos encontramos con todo lo que llevamos a cuestas del mundo de los ojos abiertos. A veces es un lugar desordenado, una casa sucia. Entonces habrá que ir a limpiar.

Allá se limpia como se limpia todo, un rincón a la vez. Primero se saca lo grande, sublimándolo, amándolo; luego se va ranura a ranura. Es un trabajo arduo, pero es nuestra casa, así como la dejamos, la vamos a encontrar. Entonces si vamos con tanta frecuencia es mejor tenerla limpia.

Por ello entre más le entreguemos a esa dimensión, ella más nos va a regalar. Será mejor no llevar demasiada información de aquí afuera, porque se acumulará allá adentro.

Realmente la información no está aquí, ella le pertenece al mundo de los ojos cerrados, aquí solo se interpreta, se metaforiza, se trata de materializar.

Este mundo de afuera es el lugar donde se experimenta y se cuida, pero la información no es de este mundo, aunque confundirse sea tan fácil.

Lo que nos regalan allá es íntimo, es donde ya no hay miradas de otros, tampoco nos dicen nada de nadie más que de nosotros mismos, por eso es tan atrevido juzgar el mundo con nuestra mirada, cada uno debe cerrar sus propios ojos.

El mundo de los ojos cerrados es un regalo que nos darán al final de la vida, pero que podemos tenerlo cerca mientras respiremos.  

Alinear los mundos, el de los ojos cerrados y el de los ojos abiertos, es el gran desafío. Es una tarea de mucha finura, que requiere tejer uno a uno de los aprendizajes del mundo interior en cada paso que damos con los ojos abiertos.  Por eso erramos, es apenas normal no ser capaces de integrar completamente las dos miradas, tal vez de eso se trate un poco. De jugar a conectar la experiencia con la conciencia, aunque nunca lo logremos del todo.

Y mientras tanto, gozar, reír, amar; con los ojos abiertos, con los ojos cerrados y saborear un poco de lo que será cerrarlos para siempre, morir.

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