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Suelen estar en los gimnasios, los clubes y los restaurantes lujosos. Andan en autos costosos, usan relojes de marca y sonríen para las selfies. Son productos de fácil consumo y se venden al mejor postor.

Posan de honorables, de legales, de “gente bien”. Se mimetizan eficientemente en los círculos que dicen odiarlos pero los abrazan; los quieren por “berracos” aunque, sí, hay algunos ruidos sobre ellos de los que es mejor no hablar.

Hicieron plata y nadie sabe cómo, cuándo ni dónde; tampoco si fue obtenida legalmente. Lo que se sabe es que tienen mucho dinero de un momento a otro, y no fue por el azar de una lotería ni la fortuna de una herencia. Todo el mundo sospecha, se comentan algunas cosas, otras se saben con certeza, pero nadie dice nada.

Unos son políticos y otros empresarios, aunque hay una línea difusa en esa separación: unos han hecho de la política un negocio y otros del dinero un vehículo de poder. Por lo general, los primeros son simples gatilleros y los segundos, jefes de familia. Se necesitan mutuamente.

Dan la mano, miran a los ojos, son cercanos a la gente. No se sienten culpables. Para ellos todo está bien mientras nada se descubra, mientras su reputación siga intacta. De alguna forma son hijos de una sociedad que los admira de puertas para adentro.

En esta Medellín que empieza a palpitar raro de nuevo, estos muñecos de la mafia están sacando sus cabezas, sin vergüenza alguna, de donde las tenían enterradas. Otra vez se ven por ahí en fiestas, centros comerciales, eventos de ciudad y como candidatos a la Alcaldía y la Gobernación. Son la maleza que vuelve y crece en un jardín que se creía libre de veneno.

Si no se les ataja se tomarán los espacios que habían perdido, gracias al valor de tantas personas que lucharon contra ellos durante décadas, y volverán a hacer de esta ciudad un infierno.

¿Quién lo puede impedir? La ciudadanía honesta que no ve grises en la lucha contra la mafia; que no se queda callada frente a las atrocidades de estos dizque políticos y dizque empresarios que invaden cada espacio con sus caritas de inocentes mientras se roban lo público y cartelizan lo privado. La ciudadanía capaz de romper con ese círculo vicioso de la sociedad paisa en la que “se odia a los mafiosos” pero se ama al traqueto conocido.

Otros escritos de este autor: https://noapto.co/daniel-yepes-naranjo/

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