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Cinco ejecutivos milmillonarios se reúnen en un exclusivo y superlujoso hotel escondido en el desierto californiano y citan allí a un profesor universitario experto en redes sociales, tecnología, cultura virtual…

No quieren que les comparta su conocimiento ni les hable de sus libros, sus inquietudes son otras. Quieren saber, cuando llegue el momento final de esta especie llamada humana, cuando acaezca sobre el planeta Tierra el gran evento con el que todo se vaya definitivamente al carajo, dónde les conviene más tener un búnker, en qué lugar del planeta será mejor enterrarse y esconderse. Y quieren saber, también, cómo pueden hacer para evitar que los responsables de cuidarlos no sientan la tentación siquiera de arrebatarles sus privilegios, porque para qué sobrevivir al apocalipsis si no puedes mantener aquello a lo que solo tú tienes acceso, se dirán.

Parece el argumento inicial de una historia distópica. Pero es cierto, ocurrió. O por lo menos eso es lo que cuenta el protagonista de esta anécdota, el filósofo del ciberpunk Douglas Rushkoff. La historia la anda relatando, aquí y allá, el propio Rushkoff, porque ese encuentro fue la base para su más reciente libro: La supervivencia de los más ricos.

El asunto es tan sencillo como truculento. Estos milmillonarios entendieron que el mundo que ellos mismos han construido se les está saliendo de las manos. Ahora quieren saber —siempre ha sido así, por qué sería distinto ahora— si con el dinero que han acumulado (suficiente para vivir esta vida y tal vez otras doscientas más, qué sé yo) pueden escapar al evento que nos eliminará, llámese guerra, sequía, hambruna o advenimiento de Skynet y sus T-800 modelo 101.

“Los niños y las damas van primero, los magnates detrás, que no pare la orquesta, caballero”, cantan Serrat y Sabina en su Orquesta del Titánic. Y puede que ahora mismo no se respete ese orden de salida.

Rushkoff llama a eso la Mentalidad. La define así en una entrevista: “Es la idea de que, con suficiente dinero y tecnología, los milmillonarios pueden escapar de los daños que están causando con sus empresas”. En la entrevista, además, menciona una palabra que, por los menos en Colombia, causó más mofa que interés por comprender el concepto: decrecimiento.

Lo triste es que quizá sí. Quizá se salven ellos y sus elegidos y que, anonadados, un montón de humanos condenados a vivir sus últimos días en el mundo que esos personajes moldearon, en lugar de reclamarles, los aplaudan. Está visto que hay pueblos que aman más a su rey (o su verdugo) que a sí mismos.

Leí la entrevista esta semana y llevé mi desasosiego a otros amigos y amigas, porque el pesimismo también se comparte. Una de ellas, Cristina, puso todo en perspectiva como tocaba hacerlo, con poesía.

El ocaso del siglo

Tenía que ser mejor que los anteriores, nuestro siglo XX.

Ya no está a tiempo de demostrarlo,

tiene los años contados, andar vacilante,

respiración corta.

Han sucedido demasiadas cosas

que no debieron suceder,

y lo que tenía que llegar

no ha llegado.

Tenía que estallar la primavera

y, entre otras cosas, la felicidad.

El miedo tenía que abandonar valles y montañas.

La verdad tenía que ser más veloz que la mentira

en alcanzar el blanco.

Algunos desastres

no debieron repetirse,

por ejemplo la guerra,

el hambre, etcétera.

Tenía que respetarse

la indefensión de los indefensos,

la confianza y cosas por el estilo.

Quien deseaba complacerse en este mundo

se enfrenta a una hazaña irrealizable.

La estupidez no es ridícula.

La sabiduría no es alegre.

La esperanza

dejó de ser una muchacha,

etcétera, por desgracia.

Dios tenía que confiar, por fin, en el hombre

bueno y fuerte,

pero un bueno y un fuerte

siguen siendo dos hombres.

Cómo vivir, me preguntó por carta alguien

a quien yo pensaba formular

la misma pregunta.

De nuevo y como siempre,

según lo dicho anteriormente,

no hay preguntas más apremiantes

que las preguntas ingenuas.

Wislawa Szymborska

Otros escritos de este autor: https://noapto.co/mario-duque/

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