Los locales

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“Nos sacaron de la ciudad”

“Esto ya no es como antes”

“Medellín está invadida”

La gente local tiene nostalgia del pasado.

Ser de un lugar implica tener recuerdos profundos arraigados en éste. Acordarse del vecino, de la tienda del barrio, de los buenos años de infancia montando en bicicleta por las cuadras de siempre y de la casa de la abuela. Donde uno construye sus memorias, entierra una parte de la vida y, como en los cementerios, se pretende convertir en intocables y sacralizar espacios destinados como lugares de visita dominical para añorar y recordar, arrodillados con nostalgia frente a una lápida, lo que ya se fue.

Pero la vida muta, el pasado se desvanece, las ciudades crecen y de la casa de la abuela no queda ni rastro. Querer que la vida permanezca estática y estar anclado al pasado nos limita la capacidad de observar el cambio con lentes optimistas y de oportunidad.

El fenómeno de la queja que padecen los habitantes locales de una ciudad que cambia vertiginosamente como Medellín, no es ni original ni extraño, pero es limitante. Es cuando menos curiosa la manera en que los locales de esta ciudad rememoran lo que fue y esperan recuperar lo perdido.

La ciudad ajena, la ciudad en la que han decidido aterrizar millones de extranjeros, la ciudad atractiva para el resto del mundo, es para los locales una que no reconocen, de la que ya no se sienten parte y que, según ellos, debería ser distinta.

Lo que hoy pasa en Medellín lo han vivido los ciudadanos de Barcelona, de Madrid, Paris, Nueva York, Bali y otras que, por su atractivo, han jalonado turistas y expatriados de todas partes del mundo. Sin duda, hay un momento de transición incómodo en el que ya no reconocemos en las calles a los vecinos de siempre y en que nos topamos con caras extrañas, de otros mundos, que hablan otro idioma. Mientras las ciudades logran consolidarse como primeros destinos de viaje, pasan por el desorden y el caos de no saber ni estar preparadas para recibir la alta demanda. Pero eso es transitorio mientras se hace bien. Después de un tiempo, los locales comprenden que las ciudades no les pertenecen, que las puertas están abiertas como en una casa común y que, en definitiva, el pasado es pasado.

En una Medellín como la actual hace falta por parte de nosotros, los locales, cambiar la mirada y usar el lente de otros para revisitar lo de siempre, como nunca.

Vivimos en una de las ciudades (sino la más) atractiva, vibrante e importante de América Latina. Los que antes queríamos que nos vieran, hoy nos ven y viven aquí. Lo que queríamos construir y soñábamos en utopías, ahora es realidad. Medellín hoy es global, diversa, viva en las noches, despierta en los negocios, abierta de mente y llena de oportunidades. 

Pero eso nos saca de la comodidad. Como dice la sabiduría popular, “matamos al tigre y nos asustamos con el cuero”. Ya no sabemos cómo responder a ser parte de un lugar que no tiene la “cultura paisa” como el único referente, que no se parece a la narrativa que ya todos nos sabíamos de memoria, que cuesta más, que no solo tiene guaro en las tiendas, que cuenta su historia en otro idioma. Ser de Medellín dejó de significar lo que era y algunos están perdidos e incomodos en una ciudad que se abrió al mundo.

A los paisas le quitaron las famosas montañas de la nariz y algunos pueden marearse viendo por primera vez el horizonte, pero la verdad es que cuando todo se despeja, solo hay oportunidades.

Personalmente me llena de emoción, de curiosidad y de ilusión ser parte de este cambio y estar viva mientras la ciudad en la que nací pasa de ser pequeña ser grande. Creo en las infinitas posibilidades que tiene una ciudad receptora de muchas culturas. Veo con asombro y entusiasmo el movimiento en las calles, el cambio de las conversaciones, de las cocinas que ahora se llenan de recetas de otras geografías y de  intercambios entre distintos. No me cabe duda que hay retos, pero hoy la conversación sobre las oportunidades no ocupa ni tanto tiempo ni tanto espacio, y mucho menos tanta energía como la de la crítica. Estoy segura de que si el tiempo dedicado a la  crítica lastimera se empleara para ver la grandísima ventaja que representa este fenómeno, empezaríamos a crecer más y, por qué no, a vivir mejor.

Otros escritos de esta autora: https://noapto.co/juana-botero/

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