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“Hombres de paja que usan la colonia y el honor
para ocultar oscuras intenciones
tienen doble vida, son sicarios del mal
entre esos tipos y yo, hay algo personal.

Rodeados de protocolo, comitiva y seguridad
viajan de incógnito en autos blindados
a sembrar calumnias, a mentir con naturalidad
a colgar en las escuelas su retrato.

Se gastan más de lo que tienen
en coleccionar espías, listas negras y arsenales
resulta bochornoso verles fanfarronear
a ver quién es el que la tiene más grande

se arman hasta los dientes en el nombre de la paz
juegan con cosas que no tienen repuesto
y la culpa es de el otro si algo les sale mal
entre esos tipos y yo hay algo personal”

Joan Manuel Serrat

La clase política. Ahora hablamos de líderes y lideresas de lo público, ¿esperamos de ellos y ellas que sean una especie de súper humanos, unos iluminados con conocimientos del Estado, de economía, de desarrollo social, de relaciones internacionales y, además, con comportamientos en público y en privado socialmente aceptados? No. Por lo menos yo no espero que sean unos iluminados, pero sí decentes, honestos y dignos del cargo que les corresponde.

Unos tragos nos los hemos tomado todos (bueno, casi todos), nos hemos emborrachado y algún ridículo habremos hecho, lo que, gracias por lo menos a mi edad, no quedó en redes sociales ni se hizo viral. Somos seres humanos, esa es una condición innegable, sin embargo, cuando un hombre o una mujer decide ejercer un rol público, decide ponerse al frente (o atrás, como decía Mandela) para liderar el camino a recorrer por una ciudad o un país; cuando decide que su cara sea visible y que representa ideales, esperanzas y oportunidades, su responsabilidad frente a sus actos públicos y privados es mucho mayor que la del resto de los ciudadanos. No les pagan por dar ejemplo, esto está claro, pero su trabajo sí consiste en ser el referente de la sociedad que se imaginan esos que votaron por él o ella.

La ciudadanía, acostumbrada al bajo racero en materia tanto técnica como de cualidades personales con el que se escogen los políticos en Colombia, no espera mucho de ellos. No nos sorprende el ausentismo, ni que dejen plantados a militares o alcaldes en un evento. No nos sorprende que un político borracho deje en pérdida total su carro de servicio, ni que maltrate a su pareja o insulte policías. No nos sorprende que salgan a dar discursos con la lengua bien enredada por tanto alcohol, ni que quieran bajar a codazos a una mujer de un escenario. Hemos visto tanto que ya todo nos parece normal.

Normalizamos la indecencia y hacemos memes con esta.

Y no, reitero, yo no espero que la clase política sea inmune al error, iluminada por fuera de todos los estándares humanos, no. Pero sí espero que los políticos sean sinceros, honestos, que hagan un uso transparente de los recursos públicos, que sean empáticos y traten con respeto a todos los que los rodean, que no se ufanen de comportamientos machistas, que tengan el coraje para representar sus ideales sin pasar por encima de nadie y que su quehacer comparta la dignidad que su cargo requiere.

También espero que, y esta es una invitación a que todos y todas lo hagamos, ante comportamientos como el que esta semana (y muchas veces atrás) protagonizó el senador Álex Flórez, nosotros, ciudadanos, y quienes lo eligieron, no pidamos, sino que exijamos su renuncia, su separación inmediata del cargo. Nosotros somos los dueños del poder, nuestra tarea es que la representación la ejerzan quienes tengan las competencias y cualidades para tal fin.

Y para las siguientes elecciones, las del próximo año, lo que nos corresponde es votar por personas que realmente representen lo que queremos para nuestro país y nuestra ciudad, personas que podamos decir con orgullo “yo voté por ella” y que nos ayuden a reconstruir el tejido tan endeble en que hoy se mueve nuestra política.

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