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Fue uno de los primeros aprendizajes que me entregaron sobre nuestra naturaleza: nos mueve la esperanza o el miedo. “The stick or the carrot”, como le dicen en inglés. Cuando la conocí se sentía como un aprendizaje sobre el bien y el mal que rodea nuestra tierra. Hay algunos –los malos– que optan por empuñar el miedo para crear movimiento en sus vidas. Otros, los buenos, siempre rodeados por lo que parece un halo blanco, parsimonioso, optan por el camino de la esperanza para ejercer su vida. Optan por la creación de movimiento a través de sentimientos positivos. Este debate, creo yo, lo hemos tenido todos sobre muchos campos. ¿Cómo debemos educar a los niños?, ¿Cómo debemos incentivar el aprendizaje?, ¿Qué ambiente laboral atrae mayor productividad?
La academia lo ha repasado un millón de veces. Los artículos académicos se contradicen, debaten y distinguen entre la justicia restitutiva y retributiva. ¿Qué hará que la sociedad por fin se comporte? Otros intelectuales se enfocan en las buscar las motivaciones, en dónde yace el fuego del ser humano por hacer, y le gritan a esa llama «¿¡Cómo te alimentamos!?». Pero los más estudiosos son los que llevan estos debates alegóricos hasta las altas horas de la noche. Los que exponen sus docenas de ejemplos de cuándo un castigo el hijueputa les alineo un mal hábito para siempre. También, aluden a los momentos dónde una expresión de amor alteró todo lo que la vida significaba para siempre. Se van a dormir casi siempre sin respuestas.
Y nos podemos pasar la vida, buscando los ámbitos donde la esperanza, el tacto, el amor, la compresión dan paso a un mejor futuro y, a un mundo utilitario y hermoso dónde por fin maximizamos la utilidad social. También, en ese mismo mundo, podremos alcanzar –si peleamos lo suficiente–, la incesante necesidad de la dignidad humana. Del corazón bueno. Recordaremos en nuestros debates que los seres humanos respondemos al amor, con amor. A la esperanza, con entusiasmo.
Cuando terminemos con esos ámbitos, podemos pasar a discutir dónde existe la necesidad del castigo. De la protección de la dignidad del prójimo establece que el victimario debe sufrir también. Que hay ciertas ocasiones dónde no existen las excepciones. Que podemos encontrar un balance entre la esperanza, sus halos blancos y cegadores, con la justicia dorada, con nuestra obligación moral de ponerle un balance al sufrimiento. A la utilidad. A la dignidad. Llámelo como quiera.
Y aunque creo que es un debate difícil de responder. De mucho hablar y muy difícil hacer (por lo menos en el día a día). No obstante, sí creo que en la política, se pueden observar unos representantes algo obvios de cada uno de los bandos. No en temas específicos, como debatíamos antes, sino, en la vida como tal. Y quizás ahí, por lo menos en nuestra manera de cargar nuestra alma, sí soy capaz de coger un bando con claridad. Creo más en la esperanza y el amor, que el odio y la desconfianza. Prefiero proliferar sonrisas, inclusión y tacto que gritos, odio y rechazo.
Ahí, es dónde me paro sobre lo que veo –así como para darle alguito de dirección a esta columna que parecía en su momento una nube metafísica– respecto a las campañas para el consejo y la alcaldía de Medellín. Más allá de posiciones políticas, de desacuerdos programáticos y hasta morales, sí quiero diferenciar entre dos tipos candidatos.
Sí, con blanco y negro, no con el gris que tanto me ha gustado profesar en mi vida. Afortunadamente, a la mayoría de los candidatos, peleemos toda la vida por las discordancias, los ubico en el bando de los buenos. Sobre todo, al combo de “Renacer”, con un mensaje optimista, amoroso, pero igual crítico sobre las injusticias de la pasada alcaldía. También, Fico cae ahí. Alguien con el que estoy en desacuerdo en muchísimos temas, pero que trae a todas las canchas una cantidad importante de respeto y amor por lo que hace. Por la gente. Rara vez incita al odio de manera directa. Incita la crítica, hay veces la crítica profunda, pero eso no me parece un atributo repudiable.
En el otro campo están los odiosos. Me parece, que, a nivel nacional, el represente más fehaciente de este combo de malos, es Miguel Polo Polo. Un congresista que se ha dedicado a crear narrativas que sí incitan al odio, y no a la crítica. Una persona que adora las categorizaciones, como las que hago hoy: en blanco y negro. De buenos y malos. Quizás algo de alegría le dará, cómo a cualquier odioso, que alguien los clasifique así. El odio, como el amor, también se alimenta de odio.
Pero, el personaje peligroso, que, por sus gritos, impertinencias, falta de seriedad y de discurso serio, cae para mí en esta categoría, es David Toledo. Un candidato del que ya he hablado antes, y que entre más veo participar en esta fiesta ciudadana, más dolor me causa. Una persona que ha optado por incitar el odio tanto en el bando que lo apoya, como en el que lo desdeña. Alimentado por personas que prefieren este mundo oscuro y alejado de la vida parsimoniosa. Son los que se emputan cuando una señora se demora demasiado pidiendo algo en un restaurante, o los que gritan ante cualquier conductor que hace un pequeño error. Es el tipo de persona que adora irrespetar al que se demora un poquito en darse cuenta de que la cola en el banco se movió o que opta por llamar a sus oponentes “hijueputas”, en vez de hablar con ellos.
Este es el combo que a mí más me asusta. De odiosos. Gente que rechaza, todos los días la humanidad de todos los seres humanos. Entrinchados en sus creencias, más que en su propia humanidad. Entonces ojo, es mi llamado. Peleemos mucho sobre dónde deberíamos dar garrote y dónde deberíamos dar recompensas. Pero creo que el debate no se puede ni siquiera dar, si el del otro lado parece, de por sí, odiar la misma humanidad.
Otros escritos de este autor: https://noapto.co/juan-felipe-gaviria/