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Dicen que cada cultura es sabia a su manera. De ser así, podría uno colegir que cada persona también es, a su modo, inteligente. De verdad, estoy convencido de que, potencialmente y salvo alguna excepción que ni se me ocurre, todos tenemos esta capacidad.
Y no digo sabios, porque son palabras mayores, pero también podemos serlo. Con la almohada, cuando podemos poner el ego a un lado de nuestra cabecera, todos somos brillantes. De no ser por una pieza, nos casaría perfecto el rompecabezas de nuestras vidas, el de los demás y hasta el del mundo.
No obstante, son muchas las ocasiones en las que no actuamos en consecuencia con este don de la vida, y nos comportamos como brutos o necios: terminamos hablando, decidiendo o actuando de forma estúpida.
Dejaré de lado las veces en que lo hacemos porque nuestra voluntad nos traiciona: buenos propósitos, pero decisiones erradas, o, como dirían los comentaristas de fútbol cuando la jugada no sale como se esperaba, buena la intención, mala la ejecución. Las debilidades de carácter o de voluntad no deben ser criticadas radicalmente y menos tildadas de necedad o falta de juicio. “Nadie quiere ver más que el ciego” y creo que todo el mundo en sus cabales quisiera tener un mínimo de coherencia, pero la voluntad, el carácter y las emociones suelen controlarnos más de lo que las controlamos. Es propio de la condición humana.
Mi llamado de atención con el título es por otras actitudes, también propias de la condición humana, valga decirlo, pero si dejamos de combatirlas, y ahí está la paradoja, nos deshumanizamos; nos embrutecemos y dejamos que el demens, que también somos, doblegue y subordine al sapiens, que nos dieron para cultivar.
Bruto, de hecho, me parece una palabra brusca, torpe. De ahí que no ande repartiendo brutalismo por doquier. Nos convertimos en necios, torpes o brutos, sin embargo, cuando actuamos de tres formas, siendo la última su auténtica expresión.
Actúa como bruto el que le da pereza pensar, porque es o se siente privilegiado, y cree que siempre va a ser así. A la vida no hay que buscarle problemas porque ella, por fortuna también, los trae, para luego realizarnos al resolverlos. Bienvenida la buena vida y el bienestar, pero la reflexión, que significa volver sobre sí mismo, es más necesaria en el “éxito” que en el “fracaso”, para no embriagarse con el mismo.
También actúa como bruto aquel que parece carente de ética y, sobre todo, de estética o de sensibilidad, que es su máxima expresión. En las relaciones humanas se manifiesta como empatía, es decir, en un interés genuino en ponerse en el lugar del otro, aun sabiendo que es imposible ocuparlo, pero se intenta hacerlo o imaginarlo para comprenderlo.
Y bruto, en su máxima expresión, es el que, insuflado y ciego por su ego, trata a los demás como brutos o imbéciles, y hasta los cree así. Por falta de empatía, sensibilidad y pereza de pensar, no se percata de que la voluntad, el carácter y las emociones nos juegan malas pasadas, y cuando terminamos dominadas por ella, no es porque queramos sino porque no podemos controlarlas. Nadie, en su sano juicio, quiere vivir maluco, ni sentirse fracasado y menos subestimado.
Puede que ese alguien, al que se trata como tonto, lo permita, pero no porque lo quiera o no lo perciba. Él también tiene alguna almohada, así no siempre duerma. Si lo consiente o lo tolera, por lo menos de momento, es porque no puede revertir la situación con el otro, o porque su voluntad y carácter son o están débiles para manejar bien sus emociones y relaciones.
Pero a esta última categoría de brutos, que subestima la inteligencia de los demás, temprano o tarde, la vida termina poniéndolos en su lugar, y, a vuelta de correo, sintiéndose brutos. Es lo que deben estar sintiendo algunos gobernantes locales al final o en el ocaso de su gobierno. Quizá su único consuelo sea que llegaron nuevos brutos. No todos, por bien de ellos, sus coterráneos y regiones.
P.D. Gobernar es, ante todo, gobernarse. Lo de las elecciones y gobernantes ha sido solo un pretexto. La reflexión aplica para todos, y en todo tiempo y lugar.
Otros escritos de este autor: https://noapto.co/pablo-munera/