Se anticipaba que nuestra generación, al ser la más preparada de la historia y con mejor acceso a la información, sería un oasis de racionalidad y la que diera la muerte definitiva a  religiones y supersticiones. No anticiparon que los millenials retrocederían dos milenios en conocimientos del universo y se enrolarían al ejército de los caballeros del zodiaco.

La astrología es uno de los sectores económicos de más crecimiento en la web, y uno de los más rentables para influenciadores. La cuenta de una de ellos, Mia Astral, tiene más de 2 millones de seguidores, y me sorprendo al ver entre sus fans montones de conocidos, con una característica especial, 90 % son mujeres. Incluso hay un especial coqueteo entre feminismo y astrología, no sería la primera vez que ciencia y feminismo no van de la mano.

Vivir sin certezas es agobiante, no se puede negar. El universo es despiadado, aleatorio, incontrolable y ante ello, la humanidad ha sido efectiva creando religiones que nos den algo a lo cual podamos aferrarnos. Además, da cierta satisfacción pensar que hay un tercero responsable por los hechos del mundo, detrás de frases como “dios así lo quería” o “es culpa de Mercurio retrógrado” hay una expiación de nuestras omisiones y errores.

Tal vez de nada nos sirvió vivir en el apogeo del conocimiento, de los descubrimientos científicos diarios, de la intercomunicación planetaria, del alfabetismo, de la escolaridad obligatoria, del florecimiento de las universidades. Seguimos huyéndole a enfrentar la agonía de saberse un accidente en el orbe y preferimos adjudicarle la responsabilidad de lo que nos pasa a los astros que se conocían hace 2000 años.

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