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Los asesinos de la concordia

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Plutarco decía que la principal labor de los políticos era el mantenimiento de la “concordia”. La concordia no es en este caso necesariamente la amabilidad, mucho menos la ausencia de debate. No supone pasividad o neutralidad, pero sí responsabilidad y moderación. En particular, el mantenimiento de la concordia es el reconocimiento de que, en tanto las acciones u omisiones del político pueden amenazar la paz en la polis y el buen funcionamiento de sus instituciones políticas, hay que ponerla siempre por encima de cualquier posibilidad de rentabilidad política. Es decir, si algo que voy a hacer -sea en campaña o fuera de ella- que amenaza la concordia, lo evito.

Hay dos amenazas fundamentales para la concordia. La primera es el establecimiento de “enemigos políticos”. Es decir, la reducción de los adversarios políticos (gente que no piensa o actúa como yo creo que es socialmente conveniente) a villanos de película que no merecen consideración alguna.

La segunda amenaza es la pérdida de la civilidad en el debate público. En estos tiempos de rabias y videos virales parecerá menos importante -incluso inconveniente- esa idea del debate público civilista, pero son estas características la principal razón de su urgencia en los debates actuales.

Algunos políticos suelen definir la frontera de lo aceptable en el debate y acción política con lo que dicen y hacen. Sus seguidores calculan lo que es legítimo según vean qué hace la persona que usan como referente. Si el político ataca a un adversario con una mentira o un insulto, es mucho más probable que sus seguidores lo hagan también, y que lo hagan a los seguidores del otro político y en ocasiones, que amplifiquen, exageren o saquen de proporción esos mensajes. Al tiempo, mover esa frontera de lo aceptable puede llevar a que posiciones extremas, que antes estaban escondidas en el rechazo generalizado de sus posturas o formas, entiendan que pueden entrar a jugar al debate y la acción política. Puede que el político no diga o justifique o incluso crea lo que defienden estas posturas extremas, pero debería recordar siempre que, como guardián de la frontera de lo aceptable, cada que la mueve, los habitantes de los extremos tendrán más espacio. Al final, evitar esto es también su responsabilidad.

Aunque hemos tenido una reciente tradición de políticos que inflaman estas expresiones, que echan combustible al fuego de la indignación o la rabia para ver si ellos pueden gobernar las cenizas, la democracia no es nunca mejor que cuando es la moderación la que dicta las reglas de juego. También porque la moderación puede resultar poco atractiva, pero nunca será una amenaza a la concordia y a la democracia.

Otros escritos de este autor: https://noapto.co/santiago-silva/

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