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Al papá no le gustaba ni el reggaetón ni el vallenato, entonces a mí tampoco. Tanto así, que cuando tenía tres años dije que no me gustaba el reggaenato, palabra inventada en el cerebro de una niña que condensaba los disgustos de su papá en uno solo. Entonces, en mi casa solo se escuchaba rock: ACDC, Kiss, Guns N’ Roses y Black Sabbath, aunque ocasionalmente sonaban Mariah Carey, Miguel Bosé, Juanes, TLC, o Destiny’s Child, cortesía de la mamá.
Cuando empecé a ir a fiestas, lo único que escuchaba era reggaeton. Me sorprendí porque me empezó a gustar, y lo empecé a poner en mi cuarto, en la ducha, en el carro. Mi papá nunca me pedía cambiar la música, pero podía ver cómo respiraba hondo para tener paciencia cuando yo me apropiaba del cable auxiliar del carro.
En esa época ya me había metido de lleno al mundo del feminismo, entonces por supuesto que las letras de canciones como Mujeres talentosas, Chupop, o En la cama llamaron mi atención. Pero lo que más me impresionó fue que, a pesar de que sexualizaban el cuerpo femenino y reproducían violencias de género, yo no quería parar de escucharlas.
Me he cuestionado mucho esta incongruencia, esta aparente hipocresía. Porque a mí sí me encanta el reggaeton, sí me gusta rumbear, y también soy feminista; critico el lenguaje hipersexualizado, la cultura patriarcal en la que vivimos y la cosificación de las mujeres. También he tenido a muchos amigos cercanos preguntándome por esto, porque al conocerme les parece un poco descabellado que mientras camino a mi clase sobre igualdad de género, escuche las canciones de Luigi 21+.
Empecé a escuchar a Karol G casi por obligación. Empezó a sacar canciones con Maluma y J Balvin, nombres frecuentes en mis listas de reproducción, entonces también empecé a escucharla a ella. No me movió fibras ni me pareció una revolución en la industria, y tampoco la empecé a ver como un referente de poder femenino. Al principio, no.
Pero este año Karol G no solo se ganó el Grammy al álbum urbano del año, sino que también la escogieron como la mujer del año de Billboard. Ha llenado el Estadio Atanasio Girardot varias veces, saca más canciones que cualquier otro artista de su género que yo conozca, y lo hace todo con una sonrisa en la cara.
Así es como ahora no solo es un referente de Medellín, sino también de las mujeres de Medellín. Karol G habla de su cuerpo, de sexo, de perreo, de aguardiente, de tusas, cosas que generalmente en Medellín no hacen parte del discurso público. Antes, esos temas se quedaban en la privacidad de mis conversaciones con amigas, asegurándonos de que no nos fueran a tildar de locas, grillas, impropias, sucias, malas, zorras.
Hasta que Karol G lo hizo, nunca pensé que una mujer proveniente de la cuna paisa conservadora y religiosa que me crió pudiera no solo hablarle a su público como mis amigas a mí, sino también ser respetada al hacerlo. Porque ganarse el respeto de Colombia y el mundo mientras se canta sobre lo que las mujeres hablamos con las amigas no es tarea fácil. En una sociedad en la que la sexualidad de las mujeres siempre ha sido conversada en murmullos, en privado, en secreto, Karol G es revolucionaria.
No Apto se trata sobre lo que no quieres escuchar. Promete incomodidad, reflexión más allá de las modas, y análisis crítico; entre los miles de estándares imposibles, violaciones a nuestros derechos, faltas de respeto y violencias que vivimos las mujeres en el día a día, el que Karol G cante sobre sexo y sobre el cuerpo femenino como únicamente nuestro, no es un problema. Y el que haya personas que se sienten incómodas ante un mundo en el que las mujeres son dueñas de su sexualidad no es un problema, sino una señal de que algo está cambiando.
A mí me hubiera gustado tener a una Karol G sonando en las fiestas a las que iba, o en la radio del carro. Tal vez hubiera tenido una relación diferente con mi cuerpo, y definitivamente hubiera entendido desde más temprano que las mujeres sí pueden hacerse un camino en industrias tradicionalmente lideradas por hombres. Y más importante, no tienen que competir entre ellas para poder ser exitosas.
Ahora, ante los comentarios sobre Pablo Escobar que recibo viviendo en el exterior, me río y los corrijo; Medellín es la cuna de Karol G. Ella está ganando premios, llenando estadios, y haciendo música a pesar de haberse tenido que enfrentar a una cultura machista, patriarcal, a narco estéticas, estándares de belleza imposibles, y a la constante cosificación de la mujer.
En vez de reforzar estereotipos, su presencia en la industria musical los derriba uno a uno. ¿No pues que las mujeres no pueden cantar reggaeton? ¿No pues que las canciones de las mujeres no son tan rentables? ¿No pues que las mujeres no pueden ser inteligentes y seres sexuales al mismo tiempo? ¿No pues que está mal que una mujer diga “groserías”? Así es como Carolina, Karol G, nos demuestra que una mujer lo puede ser todo al mismo tiempo, y que eso es respetable y admirable.
Qué emoción tener a Karol G sentando precedentes tan importantes para las mujeres del mañana. Nos enseña que el mundo está cambiando y que podemos incomodarnos para crecer o incomodarnos para estancarnos en ideas del siglo pasado.
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