En tiempos donde el ruido compite con la escucha, Zohran Mamdani nos enseñó que el lenguaje político puede ser un acto de serenidad. Su campaña para ser alcalde de Nueva York no solo ganó votos: enseñó a narrar lo público con dignidad.
En contraste, en Colombia vimos esta semana a Abelardo de la Espriella, que busca replicar el estilo mediático de Donald Trump. Ellos encarnan dos modelos discursivos opuestos. Uno convoca desde la calma y la creatividad; el otro desde la provocación y la copia.
Mamdani no gritó. No insultó. No prometió milagros. Usó el lenguaje como puente, no como barricada. En sus redes, cada gesto era una invitación a imaginar un futuro compartido. Su victoria no fue solo electoral: también fue pedagógica.
En cambio, Abelardo de la Espriella, emulando a Trump, sigue la línea de convertir la política en espectáculo, la entrevista en combate, la propuesta en frase vacía. Su estilo se alimenta de la polarización, del “ellos contra nosotros”, de la repetición de oraciones diseñadas para escandalizar más que para explicar. Es una comunicación que no busca convencer, sino dominar.
Zohran Mamdani habló con calma, casi con ternura. No apeló al miedo ni a la indignación fácil. Apostó por la claridad, la dignidad y la escucha.
Ha sido caricaturizado por medios conservadores y algunos analistas advierten que el entusiasmo mediático podría convertirlo en símbolo sin matices, simplificando los desafíos reales de gobernar. El tiempo nos mostrará, porque también aprendimos que hay que leer con atención crítica, incluso, los discursos que nos entusiasman.
Ojalá los asesores de comunicación de los precandidatos colombianos estén tomando nota de algunas lecciones, porque la comunicación política no es solo estilo: es ética, es cuidado, es pedagogía.
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