Llorar a Egidio

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Para escuchar leyendo: Que diera, Carlos Vives y La Provincia.

Murió Egidio Cuadrado, murió La Provincia, murió el dueño de las notas más bellas que le he escuchado a un acordeón. Muere, con él, otro poquito de ese vallenato de antaño que supo granjearse el respeto del mundo y burlar el desprecio con el que los ricos de Valledupar supieran burlarse del que después sería su símbolo.

Desde que conocí la noticia, he repetido una y otra vez sus canciones más entrañables junto a Carlos Vives y a ese maravilloso grupo que supo bautizarse como La Provincia. Locos lindos, de esos de los que habla Daniel Samper, de esos que sacan de la manga chifladuras que nos terminan enamorando y haciendo el mundo más bonito.

Es que en Egidio se puede resumir lo que fue ese movimiento que nos hizo abrazar más nuestra colombianidad. Un rey vallenato, con un sombrero vueltiao, una mochila y un acento propio de los campesinos del corazón de La Guajira, que se sumó a unos mechudos que habían crecido entre Charly García y Bovea y sus Vallenatos.

Fue precisamente él quien sirvió como enlace entre esa nueva generación que incluía guitarras eléctricas y baterías pesadas, y los vallenateros que alegaban que el género debía ser tocado solamente con caja, guacharaca o acordeón o guitarra. Más que enlace incluso, fue el defensor preciso que necesitó La Provincia para abrirse camino entre los críticos que en la tierra de Padilla alegaban contra esas primeras canciones que, a finales de los 90s, pusieron a sonar en la radio los ejecutivos de Sonolux.

Sin Egidio Cuadrado no existiría el éxito de Carlos Vives, porque fue precisamente él el eslabón entre la tradición y la innovación que necesitaba la idea del samario. Sin el Compadre, quizás muchos de los colombianos que hoy suenan fuera de nuestras fronteras nunca abrían logrado cruzar las puertas que encontraron abiertas. Egidio abrió el sendero por el que nuestros cantantes caminan para hacernos hoy, la cuna de los más grandes éxitos de la industria latinoamericana.

Yo lloro a Egidio, no en un sentido figurado, lo lloro de veras porque, sin saberlo, me acompañó en cada momento importante de mi vida. Pero lo hago también porque con su partida se acrecienta una ausencia que se acelera con preocupación; el vallenato se ha estancado y los ritmos e historias maravillosas que atravesaban la Provincia de Padilla, hoy se han visto acallados por intentonas cachacas por hacer más comercial el género.

García Márquez escribió, casi en ritmo de paseo, “No sé qué tiene el acordeón (…) cuando lo oímos se nos arruga el sentimiento”, y precisamente así siento hoy la ausencia del Compadre Egidio. Se nos fue el guajiro de sonrisa permanente, que logró sacarle las notas más dulces a ese ese fuelle nostálgico, amargamente humano, que tiene tanto de animal triste.

Dios le pague, Compadre, por hacer de su acordeón, la canción de fondo de mis nostalgias y sentimientos. Dios le pague, y lo tenga en su gloria. ¡Ay hombe!

Ánimo.

Otros escritos de este autor: https://noapto.co/santiago-henao-castro/

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