Libérennos, “liberadores”

Hace 60 años, el 7 de enero de 1965, cuando la gente todavía estaba celebrando la fiesta de reyes, el ELN hizo su presentación pública con la toma guerrillera del municipio de Simacota, Santander, liderada por el primer comandante de esta guerrilla, Fabio Vásquez Castaño, alias “Carlos Villarreal”, y el segundo al mando, Víctor Medina Morón, alias “Andrés Sierra”. 

Además de dejar seis muertos, llevarse un botín de aproximadamente 60.000 pesos, muebles, viandas, armas y municiones, Vásquez se dio el “lujo” de leer, montado a caballo y en la plaza central del pueblo, una propuesta programática de 12 puntos, conocida como el Manifiesto de Simacota, firmado por él y Medina, a nombre del Frente José Antonio Galán. Dicho manifiesto sigue teniendo vigencia para el COCE (Comando Central) como base de cualquier diálogo o negociación con el ELN, como si nada hubiera cambiado en el país, empezando por ellos mismos, como personas y como grupo armado. 

El manifiesto empieza así: “El ELN lucha por la plena realización en nuestra patria del siguiente programa… Y desarrolla en unas mil palabras los doce puntos, acerca de temas como la toma del poder para popular, una reforma agraria, el desarrollo económico, un plan de vivienda, un sistema popular de crédito, un plan vial, una reforma educativa, la incorporación indígena, la libertad de pensamiento y culto, la política exterior independiente y la creación de un ejército popular. Concluyen con algunas consigas, cerrando con estas: “¡Viva la unidad de los campesinos, los obreros, los estudiantes, los profesionales y las gentes honradas que desean hacer de Colombia una patria digna para los colombianos honestos! ¡Liberación o muerte!”. (El resaltado es mío, para retomarlo luego).

Este país ha sido y es tan injusto y tan excluyente económica, social, política y simbólicamente, que han sobrado razones para que haya insurgencia. No emergió de la nada: es engendrada por la exclusión y unos niveles asfixiantes de dominación, es decir, de opresión. Pero si bien la existencia de la insurgencia es compresible y, hasta cierta parte, defendible en nuestro país y en otras latitudes, lo que no tiene ninguna justificación es que esta termine convertida y degradada, primero, en un grupo narcotraficante, que lo son, porque no tienen esta actividad solo ni principalmente como un medio de financiación, sino como un negocio; y, segundo, en un grupo terrorista, que también lo son, y solucionan todo a los plomazos, disparando con regadera tantas veces, y regando sangre de centenares de inocentes o, cuando menos, desterrando y despojando a la gente del pueblo de lo poco que le queda.

¿En dónde está “el ejército popular que defenderá los más auténticos intereses patrióticos y no será jamás instrumento de represión contra ningún pueblo del mundo”, como lo dice el Manifiesto de Simacota? ¿En dónde quedaron esos ideales allí planteados? Parece que tal declaración solo les sirve para ponerla en las mesas de negociación como ardid para ganar tiempo y fortalecerse, porque cada vez dan menos muestras de seriedad y compromiso con esa carta fundacional y con la apertura a negociar y a ceder, como en toda negociación, para contribuir a la pacificación de este país y la dignidad de nuestros ciudadanos.

Y si alguno me lee o es simpatizante de ustedes, no me venga con el cuento de que el Estado es más malo, que la oligarquía colombiana es peor, que los paras, que las disidencias de ustedes mismos y de las FARC son más terribles, etc., etc. que eso no es lo que está en discusión. Para ellos también tengo reclamos y manifestaciones de indignación como lo he hecho en otras columnas. Pero ni siquiera las injusticias y barbaridades que unos y otros cometen les dan derecho para que ustedes sean tan canallas con la población civil y, aun con policías y militares, muchos de los cuales están allá por subsistencia o contra su voluntad: porque, ustedes lo saben, están “obligados” a pagar servicio y son reclutados a la fuerza, como ustedes también lo hacen con tanto inocente o incauto.

La competencia no es por quien degrade más las condiciones de los colombianos y la guerra, sino por quien dignifique más a la patria y a los compatriotas como dice en su carta magna y está resaltado líneas atrás.

No hay derecho a que ustedes le están dando razones a los paramilitares y a los militaristas para que inunden este país y el mundo con más sangre producto del plomo. Más que contención, ustedes, con su proceder, atizan el fascismo mundial y la llegada al poder en Colombia de una derecha aun más recalcitrante y desalmada de la que hemos tenido.  

No sean infames, como los otros, que la mayoría de los que caen, como también lo saben, es gente inocente. Pareciera que se han acostumbrado primero a disparar y luego a preguntar, lo que es impropio de cualquier insurgente de verdad. Que se han convertido en maquinarias de exterminio, compitiendo por quien es más temerario y sanguinario y no por humanizar la guerra, ser la mejor insurgencia del planeta y estar a la altura de varios nobles propósitos que hay en el Manifiesto de Simacota. Si es verdad que quieren seguir “luchando por la liberación de Colombia”, como lo dice el manifiesto, empiecen por liberarnos de su crueldad, que la de los otros nunca será suficiente para justificar la propia y menos con terceros, porque, contrario a lo que ustedes piensan, no todos tenemos que vivir en guerra. Hay formas más inteligentes y creativas que el plomo para resolver las injusticias: la vía armada no es la única ni la mejor.

Otros escritos de este autor: https://noapto.co/pablo-munera/

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