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En Colombia legislar siempre será más sencillo que gobernar. Lo primero requiere conocimientos sobre distintas materias, aunque como hemos visto, en no pocas ocasiones algunos legisladores (hay otros que son excelentes) no tienen idea sobre qué debaten o qué aprueban o a qué se oponen. No obstante, a quien está en esa posición es posible que lo midan más por sus intenciones que por sus resultados.
Gobernar, por su parte, supone administrar; y administrar implica, entre otras, ser estratégico con lo finito, elegir con buen tino a los equipos que se encargarán de la gestión del día a día, alinear las expectativas entre lo que se quiere y lo que se puede, atender las crisis -que en nuestra amada Colombia no son pocas-, dar ejemplo de transparencia y buen criterio en la gestión. Gobernar está, inexorablemente, condicionado por los cambios que se proponen y la forma cómo estos se alcanzan. A quien gobierna lo medirán por sus acciones, no por sus intenciones.
En un país que espera que sus gobernantes solucionen prácticamente todos los problemas de la vida, esta labor se hace aún más compleja. Personalmente, quisiera que esto no fuera así. Los ciudadanos deberíamos responsabilizarnos más de la sociedad que construimos y no señalar con soltura, achacando todos los problemas a alcaldes, gobernadores y presidentes. Como ciudadanos tenemos deberes y derechos, aunque nos guste más hacer uso de lo segundo que de lo primero.
Lo anterior no quiere decir que debemos ser livianos con nuestros gobernantes. Por el contrario, debemos ser exigentes. Y es que resulta evidente por estos días que gobernar no es para todo el mundo, así como ser un CEO o estar convocado a la selección Colombia. Todos tenemos destrezas, pero también limitaciones. Debemos comprender cuándo es más sensato reconocer las segundas, pues la historia nos demuestra cada tanto que no siempre la persona idónea es la que nos dirige. Gobernar no debería ser para vanidosos.
Ahora bien, pareciera que como sociedad los colombianos prefirieren legislar que gobernar. Hay expertos por doquier que se especializan en señalar los problemas del país y lo “fácil” que sería solucionarlos. Pero hasta ahí llega la cosa: lanzan una crítica -a políticos, a la economía, a las empresas, a la ley, a la sociedad- y esconden la mano. Saben que los demás juzgarán sus palabras, no sus actos. Por eso desconocen las múltiples complejidades de una sociedad, donde cada vida es un universo; los avances lentos pero sostenidos que se dan como resultado de administrar la escasez (de recursos, tiempo, tecnologías, medios, etc.), la inamovible ética que debe estar presente en cada idea, en cada acción, y el respeto por la democracia en su completa dimensión. Reconocer a un mal gobernante no es difícil: le dirán cómo y lo sencillo que es arreglar al país.
Quienes se toman enserio la labor gobernar elogian la dificultad, prefieren ser honestos antes que caer bien, son conscientes de la imposibilidad de mejorarle la vida a todos al mismo tiempo…en esencia, son personajes honestos y racionales, que saben delimitar bien los problemas y las oportunidades.
Creo, entonces, que a los colombianos nos vendría bien, de cara a próximas elecciones, reflexionar si queremos ser gobernados por legisladores o por gobernantes.
Otros escritos de este autor: https://noapto.co/andres-jimenez/