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En una de las empinadas lomas de Robledo, existe desde hace 50 años una casa impetuosa, llena de pasillos laberínticos, jardines y patios, en los que se conspira cada día una de las causas más nobles y justas por las mujeres más vulnerables. La Hermana Clara, guardiana del convento donde habita la congregación de Las Adoratrices del Santísimo Sacramento, me abrió las puertas de la casa de mujeres que la historia de Medellín no puede olvidar jamás: las primeras en convertir la lucha por las mujeres en prostitución en su misión de vida.
Su historia se remonta al año 1856 con su fundadora la Santa María Micaela, quien inicia la congregación de religiosas para otorgarles a las mujeres en condición de prostitución, quizá las más olvidadas por la sociedad, una segunda oportunidad sobre la tierra. A través de la educación, el trabajo, el amor y la fe, las Adoratrices tienen actualmente presencia en varias ciudades del mundo, entre ellas, Medellín.
Cuentan las Hermanas Luisa y Ofelia, dos de las grandes pioneras del abolicionismo en Colombia, que en sus inicios rescataban mujeres de los prostíbulos para darles albergue, alimento y protección. Sin embargo, no podían ofrecerles una salida real de esta esclavitud que les permitiera rehacer sus vidas, pues su capacidad era limitada, pero esto no les impidió soñar con una ciudadela para la atención integral de mujeres. Fue el 2 de febrero de 1974 con el Congreso de la Esperanza, del cual ambas fueron grandes promotoras, que la congregación de Las Adoratrices dio apertura a su primer centro de atención integral, que, desde entonces, atiende a mujeres que están en el sistema prostitucional y del que reciben amparo, atención social, atención médica, formación educativa y laboral para lograr salir de una vida que, en la mayoría casos, la pobreza les impuso.
Frecuentemente en las noches se veían monjas caminando por las esquinas de la Veracruz, invitando a las muchachas a inscribirse en su centro, a preguntarles si querían dejar esa vida, a ofrecerles un poco de amor del que quizá fueron desprovistas.
– Hermana yo soy indigna de estar en su colegio- les respondían algunas
– Las mujeres en prostitución también son de Dios- les decían ellas.
Y así, cinco décadas después, recorriendo calles y burdeles, la obra social de Las Adoratrices ha beneficiado a miles de mujeres en Medellín que lograron salir de la esclavitud de la explotación sexual y dignificar su vida.
Gracias a su centro de escucha ubicado cerca a Parque Berrío, coordinado por la elocuente Hermana Edita, a los proyectos sociales que articulan con actores públicos y privados, y a su inquebrantable vocación hacia lo justo y lo humano; saben responder ante la interrogante de cómo abordar el fenómeno de la explotación sexual y reconocen en la abolición el único camino consecuente con la dignidad de las mujeres.
Ante la insondable indiferencia de la ciudadanía frente a esta problemática que enfrenta Medellín, el ruido aturdidor de las propuestas deshumanizantes con las que se ha pretendido esconder la misoginia y los intereses económicos, deberíamos voltear la mirada hacia el trabajo de Las Adoratrices como un acto de cordura y una oportunidad para repensarnos una forma de habitar el mundo que no se lleve por delante la dignidad de las mujeres.
-Vivir por Dios y para ellas-