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Hay cosas que están ahí siempre. No es que uno las olvide —o no del todo—, porque es imposible hacerlo, solo que a veces nos agarran con las defensas abajo. «Como un ladrón, te acechan detrás de la puerta», canta Serrat. Hay asuntos que realmente se entienden cuando es posible sentir nostalgia.
Me pasó hace un par de semanas: en un ir y venir de mensajes en un chat de WhatsApp recordé la existencia de un libro, un ensayo titulado Contra los hijos, escrito por Lina Meruane. Fui a buscarlo a mi biblioteca con una pregunta dándome vueltas: ¿yo, que casi nunca abandono un libro, por qué fue que no terminé de leerme ese?
Es un libro corto, poco más de ciento cincuenta páginas en una de esas ediciones que caben en el bolsillo de atrás de un pantalón. Es una reflexión llena de sarcasmo e ironía sobre la maternidad, los roles de las parejas, la discriminación laboral contra las mujeres. Volvía a pasar las hojas iniciales y aprecié de nuevo sus reflexiones acertadas. ¿Por qué lo dejé inconcluso, entonces?
Pasé las hojas con el dedo gordo para esculcarlo a ver qué había dejado metido dentro y me topé con la razón que buscaba: se murió mi papá. Encontré los apuntes con mis notas rápidas y casi ilegibles sobre el papeleo que implica morirse: teléfonos de la funeraria, nombres de empleados por quiénes preguntar, documentos necesarios que hay que firmar, certificados por solicitar, fotocopias por sacar, ampliaciones innecesarias para reclamar para que quede asentado ante la ley que quien fue ya no lo es más.
No sé si te ha pasado a vos, que ahora leés estas líneas, que te decís a vos mismo en un momento de distracción: «Hace días que no hablo con…», y solo entonces se te hace evidente, de nuevo, que la razón de tal silencio reside en la imposibilidad de esa charla, que no hay ya manera en esta Tierra de cruzar palabras con aquel a quien se extraña y solo queda desear un sueño tranquilo donde conversar otra vez. Y cada quien tendrá su corta o larga lista de difuntos a quienes convocar cada noche y esperar que aparezca.
O tal vez volvés a darte cuenta, o apenas te enterás, de que hay una parte de tu vida —un recuerdo borroso, la mitad de una experiencia— imposible de recuperar, porque el celador de esa otra mitad ya no está aquí para despejar la bruma de la memoria y entonces esa muerte del otro es un poco la tuya propia, también. Y entonces andás el resto del día con esa melancolía, mezcla de la extrañeza del descubrimiento y la realidad de la ausencia, y una sonrisa que bien mirada parece una mueca.
He vuelto a poner el libro de Lina Meruane en la pila de libros por leer. Cuando llegue a él no me tomará el recuerdo por sorpresa, ya estaré prevenido. Pero sé desde ya que me estará esperando en otro lado…
«En un rincón…
En un papel…
O en un cajón…»
Otros escritos de este autor: https://noapto.co/mario-duque/