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En mi adolescencia me gustaba asistir a simulaciones de Naciones Unidas. Allí fue donde conocí a muchos de los que hoy son mis mejores amigos, y donde encontré mi lugar en el mundo.
Ante las incesantes preguntas de mis compañeros sobre qué quería hacer después de la universidad, tuve varias épocas. Primero decía que quería ser cantante; luego periodista investigativa, y finalmente, presidenta.
“¡¿Presidenta?!” me dijo una vez un amigo. “Tienes que ser más realista. Colombia no está preparada para una presidenta mujer, y no lo estará hasta después de que nos hayan enterrado a los dos,” me dijo.
Entendí que me dijo esto porque, habiendo crecido en Medellín, tener una jefa de estado era lejano, casi imposible. Aun así, aunque esa no hubiera sido su intención, sí me sentí ilusa, un poco ofendida y bastante retada; fue ese el momento en el que decidí trabajar para algún día ver a una mujer posicionarse como presidenta de Colombia.
Pues, tener a una mujer astronauta parecía imposible hasta que Valentina Tereshkova estuvo en la misión Vostok 6, en 1963. También parecía imposible que las mujeres votáramos, hasta que en 1957 llegamos a las urnas para votar por el plebiscito del Frente Nacional. O que una mujer pudiera estar en la universidad, hasta que Gerda Westendorp Restrepo lo hizo en 1935.
Todo esto sucedió hace menos de 100 años, demostrando así que el cambio, para los espectadores y quienes no se beneficien de él, pareciera que sucede de noche a la mañana.
Por eso estoy segura de que llegará el día en el que una mujer sea elegida presidenta de mi país, y mucho antes de mi muerte. Pero en el caso de México, esto ya es una realidad; Claudia Sheinbaum se posicionará en octubre como la primera presidenta de México luego de unas históricas elecciones en donde ambas candidatas fueron mujeres.
Mi primer instinto es celebrarla como alguien que desafía los estereotipos con los que he crecido. Confiar en que, con una mujer al mando, México por fin se ocupará de la crisis sangrienta de feminicidios; es un país donde en promedio, al día asesinan a 10 mujeres por el hecho de serlo. Tengo la ilusión de que, con Sheinbaum en el Palacio Nacional, la tasa de impunidad por feminicidio también baje del 95% actual.
Pero recuerdo que el ser mujer no nos hace activistas de los derechos de las mujeres. Nuestra condición de género no nos hace ni más ni menos cómplices del sistema patriarcal en el que vivimos, ni nos concede mayor inteligencia y empatía.
La Asociación Americana de Psicología encontró que el tener una mujer al mando aumenta la productividad, promueve la colaboración, mejora los índices de justicia, e inspira mayor dedicación. Además, las mujeres son más propicias a tener más cualidades de líderes efectivos, como humildad, autocontrol, autoconocimiento, sensibilidad moral, e inteligencia emocional, entre otros.
Se cree que las mujeres tenemos mayor capacidad para resolver problemas, y somos mejores líderes por la empatía que nos inculca nuestra capacidad de maternar, por ejemplo. Pero aquí pregunto; ¿realmente somos más empáticas, o simplemente respondemos a las expectativas de quienes nos rodean? ¿De quienes nos crian?
¿Las mujeres realmente acudimos a la guerra menos que los hombres por naturaleza, o porque nos inculcan desde pequeñas que la violencia no es digna de una dama? Podemos realizar varias tareas al mismo tiempo, multitasking, ¿porque realmente tenemos el cerebro programado para esto, o porque muchas veces tenemos que hacer todo solas?
Creo que las mujeres respondemos a las condiciones que nos rodean. Por eso mismo creo que somos mejores líderes; no por naturaleza, sino porque nos han enseñado a ser dóciles, colaborativas, empáticas, y solucionadoras de problemas. Por esto mismo es que las mujeres, por más que yo quisiera, no son feministas naturales.
Margaret Thatcher, la dama de hierro, es el mejor ejemplo para ilustrar este fenómeno. Fue la primera mujer en ser elegida Primera ministra del Reino Unido y no hizo nada para las mujeres de su país, aunque era mujer; ni para la clase media, aunque venía de una familia trabajadora. Su movimiento, bautizado como Thatcherism, es recordado hoy como la razón principal que llevó al incremento de los índices de desigualdad en los años ochenta, y al ataque que sufrieron los sindicatos durante su mandato.
También está Isabel de Perón. Como esposa de Juan Domingo Perón, Isabelita ganó la vicepresidencia cuando su esposo fue elegido a la Casa Rosada por segunda vez. Una vez Perón falleció en 1974, ella tomó las riendas de Argentina, y es recordada por haber sido la primera presidenta de un país Latinoamericano. Pero también como quien permitió que las fuerzas militares iniciaran el Operativo Independiente, caracterizado por la desaparición y la tortura con la población guerrillera de Tucumán; el mismo método que usarían durante la Guerra sucia en contra de estudiantes, profesores, madres, padres, y adolescentes que llamaban “subversivos.”
Es por esto que a Sheinbaum la recibo con expectativa y desilusión, como recibo a cada político. Como lo escribió la brillante escritora mexicana Alma Delia Murillo, “Escribo desde la incomodidad, desde un lugar extraño, agridulce. Me siento esperanzada y desencantada al mismo tiempo.” Porque el hecho de que sea mujer no me genera ilusión. Ya no.
Otros escritos de esta autora: https://noapto.co/salome-beyer/