En una carta que escribió a un amigo que ingresaba a la política de su ciudad, el historiador griego Plutarco comparó entrar en política con “dejarse caer en un foso”. Un foso de paredes altas y difíciles de escalar de vuelta a la vida privada, en particular, porque además de las consideraciones del servicio público que asume Plutarco, consideraba que entrar en la política suponía la no sencilla decisión de “vivir el resto del tiempo en un teatro abierto a todos los mirones”. El foso es hondo, sus paredes son altas y resbalosas y, sin embargo, todos pueden ver a quién se lanza revolcándose en el pantano del fondo.
Entrar a la política electoral o el servicio público requiere muchas cosas, algunas son ideales y probablemente acompañen a las carreras políticas socialmente convenientes, como el conocimiento técnico, la sensibilidad política y el sentido de responsabilidad pública, pero otras se acercan más a la disposición de resistencia y en ocasiones en gusto, por la confrontación, el escrutinio y el riesgo asociado al ejercicio público. Por eso no se nos puede hacer muy sorprendente que muchas personas que tienen mucho de lo primero, pero poco de lo segundo, no se atrevan a “entrarle a la política”, y que otros que tienen de lo segundo de sobra, y poco de lo primero, no solo hagan política, sino que sean profundamente exitosos, al menos en términos de ganar espacios, ocupar puestos y enredar pitas.
Los últimos años han señalado la necesidad de ruptura en los liderazgos políticos locales y nacionales en Colombia. Buena parte del descontento de los últimos meses y de las dificultades que enfrentan algunas ciudades se explica en el agotamiento de los viejos líderes políticos (y por esto me refiero a los de antes) y la decepción con los nuevos líderes políticos (y con esto no estoy hablando necesariamente de juventud). Los ciudadanos combinan exasperación con esperanza, una disposición resignada y a la vez casi terca sobre la posibilidad de que en el futuro las cosas puedan mejorar respecto a la calidad de nuestros políticos y de la manera cómo se hace política en Colombia. Tenemos que reconocer que para esa expectativa en este momento solo tenemos para ofrecer decepciones.
Creo que no es de exceso optimista pensar que hay mucha gente que podría cumplir estas exigencias de participación y liderazgo político, tampoco, es de pesimistas reconocer que muchas de esas personas probablemente le tienen pavor a lanzarse al foso de la política. La exposición, la guerra sucia, las amenazas y la violencia, la polarización exacerbada, la percepción de imposibilidad de los problemas públicos son todos buenos argumentos para espantar a muchas personas. Y sobre esta situación ¿cómo es posible ayudar a que los potenciales políticos responsables superen los obstáculos razonables para entrar al pantanero?
Esta es una pregunta fundamental, pero desde la comodidad de una columna esta es injusta. Y para los que intentamos responderla, y que por las razones que sea pensamos en estas cosas, una interpelación difícil de ignorar. Asomados al borde del foso, el vértigo es inevitable; el foso los mira de vuelta.