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Me entristeció esta semana saber que la mamá de una tremenda científica húngara no alcanzó a ver el mayor reconocimiento por el trabajo de toda una vida de su hija. Me refiero a Katalin Karikó, la mujer que recibió el Nobel de Medicina por sus investigaciones del ARN mensajero, que permitieron el desarrollo de la vacuna del Covid-19. La científica contó que varias instituciones rechazaron su idea y que alguna vez su madre, que ya murió, le dijo que sentía que ella trabajaba muy duro y que podría ganar el Nobel. Esta semana se hizo realidad el presentimiento de esa madre que no lo alcanzó ver.
Pensaba en los cuarenta años que soñó y trabajó esta mujer en contra de cualquier aliciente, invisible, desafiando la incertidumbre y esos tu idea no sirve tan desoladores. Pensaba en lo que es creer en una idea propia, dedicarle la vida y que entonces esa vida tenga un propósito. El Nobel para ella debe ser también eso: salir de la sombra no solo por las magníficas posibilidades que se abrieron a partir de los conocimientos científicos que desarrolló, sino por la valentía feroz que necesitó para no tomar algún atajo durante cuarenta años.
No puede ser que se le diga a ninguna niña —ni a ningún niño— que deje de soñar. No puede ser que sigamos empujando a una sociedad a perseguir solo dinero, lo que dé dinero, porque eso desgarra el espíritu, rompe los días, multiplica la enfermedad mental, roba el propósito, prioriza la superficialidad, desperdicia talentos inimaginables, nos priva de descubrimientos esperanzadores, de la belleza del arte e, incluso, empobrece en términos de dinero, pues nadie podrá saber nunca lo que hubiera alcanzado también en ese ámbito si hubiera dejado la piel en el desarrollo de su pasión.
Pienso en Fernando Botero, que llegó a Nueva York con doscientos dólares determinado a ser un artista.
Nos han llenado de miedos y aspiraciones vacías, ajenas, impuestas. No puedo imaginar una sociedad más triste y más pobre que aquella en la que se les diga a los niños y jóvenes que el propósito en la vida es producir dinero. El escritor Douglas Rushkoff contó lo deprimente que le pareció el acercamiento que tuvo a varios multimillonarios de la tecnología en Estados Unidos, que buscaban saber su opinión sobre cómo usar la plata para salvarse ante las posibles catástrofes del mundo que ellos mismos han direccionado. Y contó también esto: “Yo voy a las escuelas de negocios e intento convencer a los jóvenes estudiantes de que está bien ganar 15 millones de dólares, de que eso es suficiente. Les digo: si pones tu mira en los 15 millones anuales, podrás tener una carrera mucho más relajada, aumentarán tus probabilidades de tener éxito y podrás crear una empresa que haga mucho menos daño al mundo o que incluso haga algún bien. Cuando empiezo la charla y pregunto quién está dispuesto a ganar solo 15 millones, nadie levanta la mano; al acabar, a veces lo hace alguien.”
Soñar con una cifra es soñar en gris. ¿Acumular billetes a costa de qué? La lista es fangosa. El ser humano se va deformando y entonces nos encontramos con hechos indecibles en familias que lo tienen todo, en gobernantes que vieron la oportunidad de cambiar de vida gracias al poder, en personas que un día fueron otras y ya después —tras haberse vuelto grises— no lograron encontrarse. Miren las enormes diferencias entre Estados Unidos y Europa: todo en las calles y en las instituciones habla de lo que se vuelve la vida cuando a través de la educación se hace énfasis en determinado propósito.
Se necesita dinero para vivir. No es que vayamos o debamos o queramos echarnos a dormir. Katalin Karikó no pasó precisamente durmiendo estos cuarenta años. Pero fue una mujer inmigrante que salió de Hungría sin nada, que dejó de producir dinero durante años viendo a los demás producir y que seguro sintió terror ante incontables intentos externos de derribar lo que, le decían, era imposible.
A veces, cuando aplazo el anhelo que más miedo me da, que es también el que más me llena de vida, pienso en la tragedia que sería si el día que tenga el valor de dejarme la piel en él y logre sacarlo adelante, mis padres no lo pueden ver. Por eso toda la valentía de la que seamos capaces debe dedicarse a rechazar la vida gris. Por eso hay que decirles a los niños incluso antes de que comprendan que lo más importante en el mundo es soñar. Y hay que tratar de acercarse a esos sueños, que son los nuevos colores del mundo.
Otros escritos de esta autora: https://noapto.co/catalina-franco-r/