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La universidad como institución y las universidades en particular están en crisis, en el doble sentido que los orientales le dan a esta palabra, amenaza y oportunidad a la vez. Amenaza, porque su viabilidad financiera está comprometida: disminuyen los estudiantes de pregrado y posgrado, como lo confirman cifras, estudios y tendencias. Oportunidad, porque la misma situación las ha puesto a repensarse y renovarse, aunque tienen poco margen de error, y continúan siendo más proactivas que reactivas, lo cual no es buen augurio.
En efecto, de la forma como conciban y gestionen su futuro dependerá su subsistencia, a menos que migren a otros modelos de “negocio”, en especial las universidades privadas, así terminen perdiendo su esencia y, como muchas escuelas de negocios, tengan mucho de lo segundo (negocio) y poco de lo primero (escuela). Se puede y se debe ser ambas cosas a la vez y en su respectivo orden: escuela y negocio, y, para el tema que nos ocupa, universidad y empresa al tiempo. Pero sin una concepción clara, es casi imposible una gestión efectiva y así no terminarán siendo ni lo uno ni lo otro. No tendrán futuro.
Pues bien, planteado el problema, habrá que proponer alguna solución y esbozar la universidad del futuro, no sin antes caracterizar la universidad del presente en esta primera parte de la columna.
La universidad del presente: “pertinente” y reactiva
La universidad del presente difiere poco de la del pasado y de la que advierto en el futuro. Por lo menos sobre el papel y en el discurso, las universidades basan su quehacer y su proyecto pedagógico en la pertinencia, en su visión más reducida. Se preocupan por ser pertinentes o responder, ante todo, a las necesidades del mercado, que es como le dicen, en otro reduccionismo, a las demandas de personal de las empresas, lo cual es necesario y no está mal hacerlo, pero no es su principal ni su única finalidad.
Con esa estrechez de miras, la universidad del presente es reactiva y, a veces, respuesta -que también lo debe ser-, más que proactiva, propuesta y apuesta. De las universidades se espera, cuando menos, que sean espacios de reflexión y de prospección; que contribuyan a la comprensión de la realidad y a orientar la acción futura, y es precisamente lo que no han hecho, ni para la economía, ni para el mercado, ni para la sociedad en general y, más preocupante aún, ni para ellas mismas.
He aquí el germen de su crisis, en el sentido de amenaza. Como casi todo el sistema educativo moderno, la universidad del presente está diseñada para dar respuesta a las necesidades empresariales de las primeras revoluciones industriales, cuando ya vamos en la cuarta, y no son la única demanda que debe atender. Dado que su acción predominante es la reflexiva y no la productiva, las universidades deberían ser el faro de las empresas y de la sociedad en general, pero apenas sí atinan responder, a veces, a los requerimientos de las primeras.
No es de extrañar, entonces, que por limitar su alcance a una concepción reducida de la ya reducida pertinencia, hoy las universidades estén más preocupadas por formar para el trabajo y crear áreas o unidades de negocio para la formación técnica -otra acción reactiva-, “porque es lo que quiere la gente y lo que buscan las empresas”, que en revisar y refinar sus proyectos educativos institucionales y de programas.
Prefieren competir con las instituciones técnicas, canibalizando ese mercado, que afirmarse como universidades, agregando valor a la “educación superior”, y a cada institución y a sus programas profesionales y de posgrado en particular. En este ámbito, y con muchos de los costos propios de una universidad, no van a poder aplicar la feria de descuentos que ahora ofrecen para pregrados y posgrados hasta las más connotadas. Una vez más, buscan ser fieles (cuando es que lo son) a las demandas del mercado laboral, así sean infieles a sí mismas como empresas y como universidades.
Aun suponiendo que sean ágiles y tengan capacidad de adaptación académica, administrativa y financiera al mercado técnico, esto será una solución parcial y de corto plazo a sus problemas financieros de caja, pero no una estructural que les permita fortalecerse y subsistir como universidades, y eso haciendo cuentas alegres, porque no consideran las afugias propias que también tiene la formación técnica.
En medio de todas las incertidumbres que la Cuarta Revolución Industrial y la agenda de la sostenibilidad generan, las universidades deberán instalarse siquiera quince o veinte años adelante para diseñar desde ahí sus proyectos educativos. Dudo que lo hagan, porque no lo hicieron cuando el cambio tecnológico tenía otro ritmo, pero, si no lo hacen, las universidades del futuro continuarán divagando por el mundo educativo hasta encontrar su nicho o convertirse en universidades sin futuro. P.D. La próxima semana, en la continuación de esta columna, plantearé algunas bases para la universidad del futuro: im-pertinente y disruptiva.
Otros escritos de este autor: https://noapto.co/pablo-munera/