Quizás tenía 15 años cuando leí Macbeth de Shakespeare por primera vez. Como suele pasar con las clases escolares, la diferencia entre “qué mierda leer esto” y “¡Wow, qué locura esta obra!” la hace el profesor. En mi caso, la Dra. Thomas, una gringa PHD en literatura que por motivos que desconozco (eran muchos los aventureros en los 80) terminó dictando clases en un colegio de Medellín. Su pasión y conocimiento me atraparon y me abrieron al universo de la literatura, de su conexión con la vida de los hombres y las sociedades.
Harold Bloom, el gran crítico norteamericano, decía: “Shakespeare es el centro del canon occidental. Fue él quien inventó la idea del ser humano tal como lo entendemos hoy”. Entre los personajes de Shakespeare y sus historias el que más me impactó desde el principio y sobre el cual vuelvo una y otra vez es Macbeth. El héroe, guerrero y defensor de Escocia. El aliado leal y confiable que, por una mezcla de factores personales y de contexto, se transforma en asesino y en gobernante paranoico y tiránico. Muchos años antes de lanzarme al mundo de la política entendí la naturaleza del poder leyendo la tragedia de este noble escocés.
Dentro de la obra, rica en imágenes y en escenas memorables, recuerdo con claridad la de las premoniciones de las brujas con la que se abre la obra. En camino a ver al Rey Duncan, Macbeth y Banquo, triunfantes en batalla, se topan con tres brujas que los reciben con tres saludos. El primero da cuenta del cargo actual de Macbeth, Señor de Glamis. El segundo, Señor de Cawdor, se refiere al nuevo cargo que le espera por decisión ya tomada por el rey y que Macbeth aún no conoce. El tercero y trágico saludo eleva a Macbeth a la condición de rey. Esa combinación de una realidad, más una certeza adelantada y una predicción con veneno pone a rodar los mecanismos de la catástrofe. Cuando rápidamente llega el nombramiento de Señor de Cawdor, MacBeth se convence de que su próxima estación es la corona.
Lo que sigue es la caída trágica de un hombre que, pudiendo vivir una vida de servicio y de reconocimiento, enceguecido por la ambición, elije el asesinato y la perdición. En equipo con su esposa, Macbeth mata al rey, a su amigo y aliado Banquo y a la familia de su antiguo aliado Macduff. Una orgía de sangre que, además, se lleva el sueño y la tranquilidad del nuevo rey y que, muy rápidamente, desemboca en su muerte y la de su esposa.
Y es que el mundo del poder está lleno de hechiceros y de hombres y mujeres, en principio decentes, que escuchan llamados providenciales y se joden, y en el camino joden a mucha gente. Estos pronosticadores del futuro nunca son, obviamente, mujeres viejas con verrugas en la cara revolviendo calderos. Toman la forma de asesores, seguidores, enemigos calculadores, periodistas y colegas interesados que ilusionan, animan e impulsan a los y las Macbeths a cumplir su destino, sin importar el precio a pagar.
Desde el siglo XVI, Shakespeare entendió perfectamente el fenómeno de la postverdad y el poder de la información y de la desinformación. Las premoniciones y profecías que aparecen a lo largo de la obra tienen una naturaleza criptica, oscura y deben ser interpretadas, sin embargo, siempre contienen elementos verídicos y verificables que les dan fuerza y credibilidad. Los seres humanos, esto ha sido comprobado por la neurociencia en los últimos años, actuamos inicialmente apoyados sobre información puntual y concreta, pero luego llenamos los espacios vacíos con especulaciones, deseos, sesgos y estereotipos. Por eso somos tan vulnerables a la manipulación.
La tragedia de Macbeth, que es la tragedia del poder, es que las señales, alarmas y advertencias sobre el desastre venidero nunca se escucharon. Las brujas, usando profecías como “Nadie nacido de mujer te hará daño” o “…ninguno vencerá a Macbeth hasta que el gran bosque de Birnam suba al monte Dunsinane…”, le advierten al rey asesino su fin. Incluso el mismo Macbeth reflexiona sobre los riesgos que implica para su vida y su cordura acceder al trono por la vía del asesinato. Nada sirve, porque el virus del poder ilimitado (de la apariencia del poder ilimitado) ha invadido al protagonista desde el primer acto y su interpretación de las profecías y sus reflexiones lo llevan hacia el abismo. En esta temporada electoral que comienza, (acá nunca termina) haríamos bien en identificar a quienes azuzan y empujan a otros. A los personajes que se toman demasiado en serio a sí mismos y lo que esas voces les susurran . El atentado contra Miguel Uribe Turbay es una escandalosa alarma de que hay fuerzas oscuras en movimiento para lograr, o proteger, el poder ilimitado. Esa tragedia ya la hemos vivido.
Otros escritos de este autor: https://noapto.co/santiago-londono/