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“Y no se trata de fuerza, sino de entender que nada desquicia más que no saber qué hacer con la tragedia ajena: nada produce más violencia”.
Leila Guerriero
El neurólogo dijo que el efecto de las medicinas que le receta al paciente no es para este, son para la familia, para la cuidadora principal. Lo que el papá toma diariamente lo mantiene en un estado indeterminado: está, pero está. Entonces, se logra, más o menos, el resultado que el doctor menciona: que el paciente esté relativamente calmado, le ayuda, sobre todo, a la cuidadora.
Poco hablamos de la enfermedad y la vejez. Sin embargo, estos temas me han rondado en el último año con mucha insistencia porque se volvieron parte de nuestra cotidianidad. Ahora las conversaciones y los escritos se tornan monotemáticos; las lecturas también cogen un rumbo específico y buscan en la experiencia de otros un poco de consuelo. Creamos algún tipo de grupo de apoyo cuando le preguntamos a la amiga cómo va ella con su proceso familiar; o nos esperanzamos diciendo: “hoy está de mejor semblante”.
La realidad es dura. Los que estamos alrededor sabemos que todo tiende a empeorar y entre las preocupaciones aflora una inmensa: la soledad de quien cuida. Ese rol, casi siempre, es asumido por una mujer: esposa o hija. Dice la doctora Louann Brizendine, en su libro “La mujer renovada”, que “los hombres ni siquiera se plantean asumir la responsabilidad de cuidar a un familiar si hay una mujer cerca”.
En nuestro caso es la mamá. Y ella, que es compañera, está rodeada de soledad. Los hijos estamos pendientes, resolvemos las logísticas del sistema médico, estamos atentos a los insumos; pero ella, cuidadora, es la que conoce la profundidad de los impactos cotidianos de la enfermedad.
La miro y supongo la infinidad de preguntas que debe tener en la cabeza. Me imagino que ella que siempre resolvió la vida con sentido práctico, en su mente ya tiene soluciones y maneras de proceder anticipadas. Pero habla y la noto decaída; enuncia casi todo en la primera persona del singular y percibo su cansancio.
Él se está yendo. Ella permanece a su lado. Parece seguir el rumbo que los médicos mencionaron: la cuidadora principal es la persona más vulnerable. Ella se mantiene aferrada a las pequeñas rutinas cotidianas que le dan piso a la vida. Sabe qué y cuánto comió él; cómo cuidarlo mientras se baña y, más importante, cómo secar cada milímetro de un cuerpo cansado y endeble.
Cuando salgo de su casa me voy pensando en la trágica intimidad de su soledad. Y uno no sabe qué hacer con esa tragedia. Ella es compañera de un ser que cada día se va ausentando. Pero su soledad es mayor porque quienes estamos orbitando en ese espacio, apabullados y violentos, juzgamos sus acciones, nos preguntamos por qué hace esto y no aquello. Le hablamos con el “no” y el “pero” adelante. No comprendemos. Le damos alguna absurda recomendación. Nos despedimos; nos vamos angustiados. Ella sí sabe qué hacer con nuestra tragedia. Amarnos.
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