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Santiago Silva

La terquedad del optimismo

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El problema de algunos lugares comunes es que son tristemente ciertos. Vamos al cliché de las crisis, de encontrarnos en un momento difícil y angustiante. Veámoslo en Medellín, una ciudad que ya suma años de tensiones, inestabilidad y desgobierno. Por un lado, la concordia de la ciudad se ha roto, el debate político y las discusiones públicas van al vaivén de las amenazas, las denuncias, las noticias falsas y la propaganda. En redes sociales, ese pantano espantoso en el que muchos seguimos atrapados, las conversaciones de ciudad son una lista de reclamos, a los que solo contestan bots, y de autoservicios al ego, que solo contestan bots. Los indicadores de la calidad de vida de las personas también muestran serios deterioros. La pandemia ha puesto de su parte, pero en Medellín, lo que no se ha estancado, se cae a pedazos. Y la respuesta del gobierno municipal se intuye tan desinteresada por el bienestar común que casi delata un desprecio por el futuro de la ciudad.

Este panorama, que ya es, como dije, lugar común señalar, puede ser sobrecogedor. Nos llena a muchos de una angustia que nos acompaña todos los días y que las pálidas encuestas de popularidad de los gobernantes actuales, y de conocimiento e intención de voto de los que vienen, no hace sino afianzar. Pero la semana pasada, en medio de una conversación sobre la ética en la función pública -¡ni más ni menos!- el grupo de asistentes, funcionarios en ejercicio, jóvenes interesados en política, curiosos preocupados por los asuntos públicos, me recordaron de la importancia de alimentar, con terquedad, el optimismo.

Optimismo que bien visto puede generar la incomodidad de quien quiere cambiar las cosas. El pesimismo y la derrota pueden ser, curiosamente, muy cómodas. Nos llenan de las certezas de la pérdida e inmovilizan la inconformidad que puede llevarnos a la acción. Ser optimista en medio de una crisis es todo menos inocente, exige encontrar las salidas que permitan realizar esa visión de un futuro mejor. Ahora, la fuente de ese optimismo es muy importante para defenderlo con terquedad. En este caso, tiene que ver con las personas. La conversación de la que les hablo tenía como elemento central las características necesarias para que los nuevos (y no tan nuevos) políticos y servidores públicos en Colombia hicieran bien su trabajo. El interés que despertó en estos hombres y mujeres fue un recordatorio fundamental de que esta ciudad está llena de personas que quieren lo mejor para todos. Que creen sinceramente en la posibilidad de que vivamos bien juntos. De que la ciudad exista y cumpla sus promesas como ciudad.

De ahí que mantengamos, defendamos y reivindiquemos el optimismo para Medellín. La ciudad puede salvarse a sí misma; recuperar la concordia y regresar al camino de cumplir las promesas que nos hemos hecho entre todos. Volver a otro lugar común, por supuesto, uno del que nunca debimos habernos salido.

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