La teoría del silbido

Primera escena. Es un domingo y está lloviendo. Con lo duro que puede ser que un domingo llueva. La noche anterior saliste a tomar algo, pero volviste temprano. Estas viendo una película con tu novia cumpliendo el mandamiento dominical. Nada muy dramático o imaginativo. Un crispetazo. Podría ser “Happy Gilmore” o “La herencia del señor Deeds”. En medio de cualquier escena de Adam Sandler tu novia empieza a llorar desconsoladamente, como si se le hubiera muerto un ser querido. No sabes que pasa. La abrazas y la consuelas. Le preguntas por qué llora. Ella dice: “por nada”. Piensas que los domingos son muy duros y más cuando está lloviendo. Sigues viendo a Adam Sandler.

Segunda escena. Viernes en la noche. Tienes la habitual charla de “¿qué vamos a comer?” con la también recurrente indeterminación de aquellos que están decidiendo a cuál restaurante ir y son pareja. Notas algo extraño. No se realiza el acostumbrado juego tu dices uno, yo digo otro y después decidimos. Cuando sientes que viene ese intercambio, luego de tu pregunta, ella responde con un tajante: «vos nunca decidís nada, siempre me toca a mí». Te impresiona su reacción y no dices nada. Terminas yendo al restaurante que ella propone mientras sigue enfurecida.

Tercera escena, que en realidad es la primera y en un momento van a saber por qué. Estás en un pueblo de Antioquia pasando el fin de semana. Puede ser Jardín. Digamos que es Jardín. Con su plaza amañadora para tomar tinto y aguardiente. Vas caminando por una de las calles rumbo a esa plaza principal. Vas cogido de la mano de tu novia. Ella no ha hablado mucho durante el viaje. De pronto, sin ninguna explicación y porque estás disfrutando el paseo, empiezas a silbar. Estas seguramente tarareando una canción de Alfredo Gutiérrez que sonó en alguna tienda unas cuadras atrás. A lo mejor fue “Me dejaste solo”, para que la cosa sea premonitoria. Tu novia detiene la marcha indignada jalándote hacia ella. La miras. Ella te devuelve la mirada con un grito: “vos por qué putas estas silbando”.

Es la primera porque ahí realmente se acabó la relación. Las escenas anteriores en realidad pasaron después y son el velorio de lo que se murió en Jardín. Las mujeres suelen velarlo a uno sin que uno sepa que ya se murió para ellas. Ese domingo de la película de Adam Sandler efectivamente ella estaba llorando a un ser querido: al muerto que tenía al lado. La vez de la conversación sobre el restaurante ya le resultaba insoportable hablar de comida en presencia de un cadáver. Luego de pensar mucho uno logra ver la manera como se entretejen hechos supuestamente aislados.    

Recuerdas que en uno de los primeros paseos que hiciste con ella, mientras ibas caminando de su mano como en una canción de Jerry Rivera, también silbaste e hiciste un bailecito. Que te inventaste alguna monería alentada por las cantidades de dopamina que liberaste teniéndola al lado, y que ella te dijo cuando te vio, muerta de la risa “¿vos por qué estás silbando?”, mirándote con los ojos incendiados.

Algo de razón tenía aquel señor que dijo que a uno lo dejan por las mismas razones por las que se enamoraron de uno.

Otros escritos de este autor: https://noapto.co/juan-pablo-trujillo/

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