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Bastó con ver el último símil de “debate” en el que participaron solo tres de los candidatos a la alcaldía para tener material de sobra para ejemplificar las falacias argumentativas. Como ejercicio de clase sería suficiente; pero, ese pobre espectáculo representa la encrucijada trágica en la que estamos en la ciudad.
En esta época electoral, los candidatos que “técnicamente” están puntuando en las encuestas, cada que abren la boca demuestran su incapacidad para argumentar o para proponer, mientras recurren a estrategias facilistas y fórmulas repetidas: atacar a la persona y no al argumento, generalizaciones apresuradas, datos imprecisos, interpretaciones amañadas, salidas por la tangente, equivocadas correlaciones, falsos dilemas… en fin.
Uno, más experto que otros en el juego, demuestra con solvencia su experiencia en decir nada. Otro, hace del arribismo y la beligerancia las bases de su campaña. Y el otro, es el preciso ejemplo de aquella que se conoce como “la falacia del espantapájaros”. Pero, lo curioso ya no es que la repita en sus declaraciones; lo que llama la atención es que, en sí mismo, parece representarla. Es un disfraz muy débil y enclenque de otra persona.
Preocupa que estamos a muy pocos días de elegir entre dos maneras de repetir errores. Ya sabemos cómo funcionan uno y otros; ya tuvieron sus momentos y tenemos con qué evaluar cómo esos repitientes asumieron y usaron el poder. Entre tanta desfachatez, aún estamos a tiempo de no creer en sus falacias para elegir mejor.
Que ellos mientan y se escabullan entre sus parloteos es deplorable. Pero, es más delicado que quienes elegimos seamos faltos de carácter, que tengamos memoria tan selectiva y conveniente. El juego de las falacias, como el de la manipulación, es de dos: el que la dice y el que la cree. Aprender a reconocerlas es la clave para evitar que nos mientan; pero, más importante, se trata de evitar ser quienes mentimos en un acto tan delicado como la elección del voto.
Otros escritos de esta autora: https://noapto.co/maria-antonia-rincon/