La princesa de Notre-Dame: ética de papel y ambición de hierro

En Colombia hemos aprendido a vivir entre las promesas y las decepciones. Cada cierto tiempo surge una figura que asegura venir a limpiar lo que la política ensució, a reconstruir la confianza perdida y a encarnar la moral pública. Y, como país esperanzado, volvemos a creer. Pero una y otra vez descubrimos que muchos de esos discursos de redención terminan siendo la máscara más pulida del ego y la ambición.

Yo también creí. Creí en un liderazgo que hablaba de ética, de transparencia, de una nueva forma de hacer política. Entre 2022 y 2023 trabajé para una política oportunista que se ha dedicado a lucrarse del sistema electoral, convencida de que representaba un proyecto distinto: uno que defendía la justicia y la coherencia moral en un país cansado de la corrupción. Pero lo que encontré fue todo lo contrario.

Fui testigo de cómo el discurso anticorrupción de la princesita de Notre-Dame, puede convertirse en un instrumento de manipulación. De cómo la palabra “ética” se pronuncia con fervor mientras, en los hechos, se atropellan derechos, se persigue un interes económico personal y se usan las instituciones para castigar al disidente. Vi como manipulaba y sometía con la fe y con la biblia, cuando sus actos son todo lo contrario a comportamientos virtuosos llenos de bondad. Detrás de su retórica de pureza política descubrí una práctica marcada por el autoritarismo, la intolerancia, la ambición y la falta de empatía.

No me avergüenzo de haber creído. Porque creer es un acto de fe y, a veces, de ingenuidad necesaria. Pero hoy, quiero decirles que esta experiencia me enseñó que el verdadero problema de la política colombiana no está en los corruptos evidentes, sino en los falsos virtuosos: aquellos que predican la ética mientras la pisotean.

Ella intentó destruir mi nombre y mi carrera profesional. Me denunció ante el Consejo Superior de la Judicatura con el único propósito de quitarme la tarjeta profesional y silenciar mi voz. No lo logró. Un magistrado falló a mi favor, dejando al descubierto la mala fe de esa denuncia y demostrando que jamás incumplí mis deberes como abogada. Aquella fue una lección dolorosa, pero también liberadora: entendí que la ética no se declama, se demuestra.

Su partido, además, atropelló mis derechos laborales, razón por la cual hoy cursa un proceso judicial que busca reivindicar lo que en su momento fue negado. Pero más allá del plano legal, lo que permanece es la reflexión profunda sobre lo que significa el poder cuando se ejerce sin conciencia.

La ética no consiste en proclamarse incorruptible, sino en actuar con rectitud incluso cuando nadie observa. Es coherencia entre la palabra y la acción, entre el discurso y la práctica. Y cuando esa coherencia se rompe, emerge la antietica: esa zona oscura donde la virtud es solo una herramienta de manipulación y el liderazgo se convierte en un ejercicio de control y vanidad. Por eso, resulta inaudito que siga posando como la adalid de la ética y busque a toda costa acercarse a procesos políticos con esa máscara, la peor parte de todo esto es que hay gente que le cree y que le sigue el jueguito.

Hoy puedo decir con conocimiento de causa que esta mujer no representa los valores que enarbola. Su liderazgo no está inspirado en el servicio, sino en el cálculo y en la ambición económica. Su discurso moralista no busca construir país, sino construir poder. Y cuando alguien la contradice, no dialoga: destruye.

Personas como ella le hacen un daño profundo a la democracia colombiana. Porque la vacían de sentido, porque convierten la política en un escenario de persecución personal, y porque representan todo aquello de lo que deberíamos estar huyendo: el oportunismo, el caudillismo y la corrupción moral.

En un país tan golpeado por la desconfianza, no hay nada más destructivo que un liderazgo que predica la ética y practica la antietica. Porque cada vez que una figura así decepciona, no solo se derrumba su imagen: se debilita la fe del ciudadano en la política misma. El poder revela quiénes somos. Y cuando revela el vacío, la mentira y el egoísmo, el liderazgo deja de ser servicio y se convierte en amenaza. Ella, por su historia de martir puede ser, para muchos, un símbolo de esperanza. Pero hoy, con conocimiento de causa, puedo decir que su legado es el espejo más claro de lo que la política no debe ser.

Otros escritos de esta autora: https://noapto.co/ximena-echavarria/

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