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Hace dos semanas que no publico mi columna en el portal, hace dos semanas que no opino de una forma tan pública y no organizo de forma coherente, académica y crítica lo que pasa por mi cabeza. En la lluvia de títulos que podía brindar a mis columnas, solo se me pasó por la mente lo complicado que es el tratar de escribir aspirando a la perfección.
Las ideas llueven, llegan en razón a lo mucho que cuestiono el mundo y por ende, a mi misma; no obstante, aquellas ideas no sirven de mucho cuando no encuentran forma de escapar y plasmarse en las teclas. De alguna forma u otra responsabilizo al perfeccionismo, pero no de mi incapacidad de generar arte, si no del acto de creación mismo.
James Ensor, pintor belga, en algún momento mencionó que la “razón es el enemigo de artista” y precisamente por ello pienso que, al sobrepensar mi propia escritura, estoy siendo mi mayor enemiga. ¿Qué es lo que tanto pensamos mientras creamos? ¿Al pulir cualquier obra de arte, se está buscando la perfección estética, técnica, emocional, académica?
Solía pensar que dentro de mi auto análisis lo que buscaba era la belleza, pero no podía estar más errada. Pensaba que me frenaba a crear por repulsión a la fealdad, porque quería que mis textos fuesen bellos, exquisitos, un deleite para el lector; luego de aumentar el ejercicio supe que también disfrutaba aquel arte que me parecía grotesco, aquel que me retuerce las tripas, que me incomoda y le da otro sentido a lo que perciben mis ojos. Esto contraria mi antigua idea a que pulirme y frenarme por ello era una oda a lo que complace mi sentido estético.
Jean Dubuffet, uno de los tantos artistas que parió Francia es el padre del “art brut” o arte bruto, movimiento que terminó dándome un poco de luces frente a lo que sucede, en este caso, sobre este miedo que imposibilita la creación. Si el creador se sienta frente a sus obras no solo se encuentra con algo “feo” si no, carente de destreza. Así como suena, el buscó abandonar la destreza del escenario de la creación artística y darle a sus cuadros un toque parecido al arte marginal. Eso vibrante que uno suele encontrar en los cuadros de un niño pequeño, aquel que pinta día y noche en su habitación, que es capaz de devorarse libros y de escribir cuentos descabellados sin mayor juicio, contemplación o duda.
Sí, la clave de pronto está en ello, la respuesta de la duda que trae esta columna, también. El rechazo esta en el arte académico ya que esa convencionalidad evita que ciertos artistas, sin cierta formación, tiempo o preparación, eviten crear arte. Espero no ser malentendida porque ya de por sí disfruto la academia y las bondades del conocimiento, pero considero complejo el acto de crear cuando nuestra mayor aspiración es redactar algo intelectualmente apropiado, formado, engendrado.
De allí que el perfeccionismo, como mencioné, sea mi cárcel como artista, o que mi débil criterio, en razón de dejar que eso me guíe, sea mi peor enemigo.
Otros escritos de esta autora: https://noapto.co/mariana-mora/