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Al inicio de Gracias por el fuego, la novela de Mario Benedetti, un grupo de uruguayos en Nueva York se reúnen para despotricar de su nación y jurar que nunca regresarán a aquel minúsculo país. Se enteran luego por una llamada telefónica, que un maremoto ha borrado a Uruguay del mapa y sienten que lo han perdido todo.
La patria es una fulana, canta Sabina en Semos diferentes, la canción que compuso para alguna de esas películas de la saga Torrente.
Recordé la novela y la frase en estos días, cuando a Daniel Ortega le dio por recurrir al medieval castigo del destierro para deshacerse de sus contradictores políticos. Si la cárcel no acabó con ellos, que mueran lejos de aquí, parece ser su idea.
Yo, que tengo claro que estas montañas que nos rodean son una especie de límite geográfico e ideológico que nos obligó durante años a mirarnos el polvo que nos nace en el ombligo, sé también que tienen un verde difícil de encontrar cuando se está lejos; que este desorden que nos desquicia nos hace falta cuando nos enfrentamos a rigurosos comportamientos en las calles de otros países.
Descreo de los símbolos patrios —vale más cualquier quimera que un trozo de tela triste, canta también Jorge Drexler en su Milonga del moro judío—. Hace años que me causan un dejo de tierna consideración esos que se desgañitan mientras cantan el himno y se llevan muy serios la mano al corazón, como popularizó un expresidente hoy desdibujado y agazapado a la sombra de un proceso judicial en su contra.
Y, sin embargo… “Arranco de tu pelo a los que te venden te roban y te abusan / te cuento cuentos en la esquina de mi almohada / te arropo y te tapo los ojos / para que no veas los verdugos que llegan a cortarte la cabeza”, escribió la desterrada Gioconda Belli en un poema llamado Nicaragua y que publicó el diario El País luego de saber que no la recibirían más en su país, del cual ya estaba exiliada.
También desterraron a Sergio Ramírez, el escritor que luchó junto con Ortega contra la dictadura de Somoza. “La idea de arrancarte Nicaragua es absurda. Es un acto de debilidad”, dijo.
“No sabe el dictador que la patria se lleva en el corazón y en los actos, y no se priva por decreto”, le mandó a decir por Twitter Gabriel Boric a Ortega. El chileno fue el primer mandatario de la izquierda latinoamericana que alzó la voz de forma contundente en contra del régimen. Otras respuestas llegaron tarde, que sigue siendo mejor que nunca, aunque las hubiera preferido de mayor contundencia.
La patria —generalmente con mayúscula— suele ser el refugio de los tiranos… o de los aspirantes a serlo. Manipulan el concepto, lo hacen jugar a su favor, para declarar enemigos a quienes los cuestionan. Se visten con los colores de la bandera y convierten el patriotismo (ese amor extraño que se siente por pedazo de tierra que a veces llamas platanal, pero del que no te quieres ir del todo) en patrioterismo.
Y aunque creo, como dijo José María Rilke, que la verdadera patria del hombre es la infancia, dudo —como Belli, como Ramírez y como los otros 90 desterrados de Nicaragua— que se le pueda quitar a la gente aquello que le pertenece de maneras que no se pueden definir del todo bien. Y estoy convencido, como ellos deben de estarlo, que a todo tirano se le agota el tiempo. Y que llegará el momento, como antes pasó con Chile, e que alguien pueda cantar que pisará las calles nuevamente, de lo que fue Managua ensangrentada.
Otros escritos de este autor: https://noapto.co/mario-duque/