A menudo, los columnistas de opinión criticamos la moda y las modas; todas, no solo las relacionadas con el vestuario. Sin embargo, con frecuencia caemos en las modas informativas y noticiosas para opinar. Pocas veces nos atrevemos a poner agenda.
Criticamos a los políticos por convenientes, y terminamos siendo, en no pocas ocasiones, tanto o más acomodados que ellos: políticamente correctos, encasillados en “La ventana de Overton”, un concepto según el cual nuestras opiniones están más determinadas por el ambiente político del momento y por lo que la opinión pública esté dispuesta a escuchar, que por nuestras preferencias y convicciones; por cierto temor al rechazo, a la estigmatización y al menoscabo de nuestra reputación cuando somos o parecemos extremistas.
Es, en el fondo, una suerte de autocensura, que no requiere ya del “Gran Hermano” orwelliano como agente de vigilancia externa y permanente, porque nos aferramos a ella por motivos como la protección, el miedo, el patriotismo, o, incluso el amor, según los estudios sobre la censura de la profesora Ada Palmer, de la Universidad de Chicago, citada en una interesante columna de esta semana en El Espectador, por la periodista Catalina Uribe Rendón, titulada Autocensura y guerra al conocimiento.
No obstante lo anterior, a diferencia del periodismo informativo, cuyo compromiso debe ser con la información, el periodismo de opinión lo tiene con el conocimiento y la construcción de confianza, y para eso se requiere anteponer la valentía a las causas de autocensura que expone la profesora Palmer y, sobre todo, a la comodidad y la vanidad, para no caer en modas de opinión o en la banal agenda setting, que fijan los principales medios masivos de comunicación, en función de la información que consideran relevante, y que casi siempre obedece a intereses privados y no generales, como debe ser propio de un medio masivo, garante de ese bien público que es la información: veraz, imparcial y oportuna, como lo manda nuestra Constitución. Pero no, más que informar sobre la realidad, los medios la preforman, la reducen y la distorsionan. Tenía razón Marshall McLuhan al concluir que “el medio es el mensaje”, porque los medios no solo transmiten contenido, sino que crean y recrean las realidades, a su amaño.
Hablemos de un caso concreto, el genocidio de Gaza. No debemos cesar de denunciarlo y analizarlo, pero todos los días como humanidad estamos frente a una masacre mayor y sistemática, la muerte diaria, por hambre, de 24.000 personas en el mundo, de las cuales, 18.000 son niños y niñas de entre uno y cuatro años, según los registros de la ONG francesa Acción contra el Hambre, que coinciden con los de la ONU. Más de 8’500.000 cada año, ¡Barbaridad y barbarie al tiempo! Un rotundo fracaso de nosotros como humanidad, del «progreso y de la civilización”, más cuando solo con tecnologías logísticas y bancos de alimentos podríamos remediarla. Pero los generadores de opinión no tenemos este tema en la agenda, cuando no debería salir nunca, hasta no erradicarla por completo. Al contrario, se nos volvió paisaje.
Antes de Gaza, el tema internacional era Ucrania. Hoy, salió de las prioridades de la “Agenda setting” y de “La ventana de Overton”. La moda es hablar de Gaza, incluso a favor de los genocidas, como lo hacen los libertarios. Es “la noticia que vende”, dirán los mercaderes de la información, y de esa es la que hay que hablar.
En el plano nacional, las elecciones del próximo año, especialmente las de presidente, y las embarradas de Petro, copan la mitad de la agenda mediática y de opinión, matizada, a veces, con dosis de nuestro insulso fútbol. Y ¿el hambre y la miseria en el país? Bien, gracias, salvo que haya sangre y “espectáculo” del dolor o de la corrupción de por medio.
En una reciente columna, titulada Sociología de la moda, el escritor Julio César Londoño, nos recordaba, con Lipovetsky, que “moda es lo que cambia de moda, el imperio de lo efímero, y que la moda se canibaliza a sí misma, porque su muerte es su vida”. Al tiempo, en su reverencia por el idioma, señalaba que “El antónimo de moda es lo clásico”, es decir, lo que permanece. Tenemos un exceso de opinión sobre lo coyuntural, sobre lo que es moda informativa, y un déficit de opinión sobre lo estructural, a lo que no debe renunciar este género periodístico, que además de generar conocimiento y confianza, nos debe llamar la atención sobre centrar la atención, en lo importante y no solo ni principalmente en lo urgente, en el escándalo en el espectáculo. Porque no solo hemos hecho de la opinión moda, sino también espectáculo, pero eso será objeto de otra columna… cuando esté de moda.
Otros escritos de este autor: https://noapto.co/pablo-munera/