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La semana pasada fue la sesión 79 de la Asamblea General de las Naciones Unidas. Cada año, diplomáticos de todo el mundo se reúnen en la sede de esta organización en Nueva York para discutir los desafíos más importantes del mundo en la actualidad. Además, los líderes de todo el mundo se paran en el famoso atril con el logo de la Organización a dar sus discursos: allí han estado desde Fidel Castro hasta Barack Obama, desde Sadam Hussein hasta Gustavo Petro. Este año, la agenda tuvo que ver, principalmente, con la situación en Medio Oriente, pero también con el conflicto de Sudán, la invasión rusa a Ucrania y los esfuerzos para evitar las consecuencias del cambio climático. En uno de sus propósitos principales, “mantener la paz y la seguridad internacional”, la ONU fracasó. Reformarla para que sea más contundente con aquellos que violan sus principios es urgente.
A lo mejor por eso los líderes mundiales firmaron el “Pacto por el Futuro”, que incluye diferentes reformas, como la del Consejo de Seguridad. Lo que quieren es que a los asientos permanentes que hoy tienen China, Reino Unido, Estados Unidos, Rusia y Francia, añadan otros que representen a América Latina, Asia-Pacífico y África. Un poco de contexto: el Consejo de Seguridad es el órgano más poderoso de Naciones Unidas. Tiene el poder de aplicar sanciones económicas y otro tipo de medidas para prevenir la agresión, de tomar acción militar contra un agresor, de recomendar al Secretario/a General y de elegir a los Jueces de la Corte Internacional de Justicia. Sus cinco miembros permanentes tienen poder de veto, lo que significa que catorce miembros pueden estar de acuerdo con una resolución, pero si uno de los miembros permanentes la veta, esta no pasa.
El veto es una de las razones por las que el Consejo de Seguridad no puede tomar sanciones sobre la invasión de Rusia a Ucrania, ni por las ofensivas de Israel, aliado cercano de Estados Unidos, en Medio Oriente. Ahora, lo de Rusia es diferente, porque son ellos mismos los que están cometiendo las agresiones. Cualquier reforma que pase para el Consejo de Seguridad debería incluir sanciones para aquellos miembros, incluidos los permanentes, que violen los principios de la Carta de las Naciones Unidas. Por lo menos, que deje de tener privilegios como la presidencia del comité. Es inaudito que, mientras Rusia bombardea Ucrania, pueda tener decisiones sobre la agenda mientras preside el Consejo de Seguridad. Expulsarlos tal vez no serviría de nada, y si es por violaciones a los DD.HH. la ONU se quedaría sin más de la mitad de sus miembros. Pero es evidente que la diplomacia de la Organización ha fracasado en uno de sus propósitos más fundamentales.
Los conflictos en el Medio Oriente, Ucrania y Sudán demuestran las limitaciones de la ONU actualmente y la urgencia de reforma, que intentó ser saboteada por Rusia. Es más, le añadiría la situación desesperante de Venezuela, que el presidente Biden condenó en su último discurso. Las grandes potencias casi siempre tendrán intereses en los diferentes conflictos, por lo que van a vetarse la una a la otra. Y las guerras igualmente van a seguir ocurriendo. El mundo ya no es el mismo de los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial; creo que en un mundo que cada vez es más multipolar, tener miembros permanentes de diferentes regiones del mundo podría ser conveniente. Si darles poder de veto o no es una pregunta que no estoy preparado para responder aún.
Lo que queda claro es que diferentes países, principalmente Rusia, han pisoteado los principios de la ONU ante el resto de sus miembros y ninguno parece ir más allá de las “condenas fervientes” o los “llamados a cesar las tensiones”. Darle más poder a la ONU puede ser riesgoso, sí, pero también es riesgosa la situación actual, que necesita una toma de decisiones contundente y un direccionamiento más allá de las condenas verbales y los llamados a la paz. “La ONU no sirve para nada”, dicen muchos por ahí. El mundo estaría mucho peor sin ella; escuchaba alguna vez de un profesor que fue diplomático que “nadie habla de la bomba que no explotó ni de la bala que no se disparó”, lo que alude a que muchas crisis han sido evitadas sin que nosotros sepamos. Sólo se nos informa de las guerras, pero el hecho de que estén ocurriendo frente a todos y que los miembros que las promueven sigan haciendo parte de la Organización, como si nada, demuestra lo urgente que es reformarla.
Dijo alguna vez Dag Hammarskjöld, Secretario General entre 1953 hasta su muerte (con sospechas de asesinato) en 1961 que “La Organización de Naciones Unidas no estaba diseñada para llevar a la humanidad al cielo, sino para salvarla del infierno”. Lo cierto es que tampoco lo está logrando.
Otros escritos de este autor: https://noapto.co/esteban-mejia/