La mujer de mi vida

La mujer de mi vida

Escuchar artículo

Sus hazañas no hacen parte de los registros históricos de luchas por la igualdad y la equidad. No se hacen famosas aquellas que se hacen en el interior del cuerpo ni de del hogar. La conocí poco a poco, cuando apenas podía entender lo que significaba acostumbrarme a su voz, sus cantos y su compañía.   

Lo que conozco de ella me lo ha contado en la confianza que despierta la conversación de dos mujeres que se reconocen como iguales, que se sienten aferradas la una a la otra. Suelo disfrutar sus relatos, y con ellos he aprendido lo que he necesitado para construirme a mí misma. Ella tal vez ella no lo sepa, pero ha inspirado gran parte de mis decisiones, y aunque me separe de ella algunas veces buscando mi propia identidad, siempre vuelvo a sus palabras cuando las necesito.

Llegué a amarla mientras la conocía. En su esencia encontré las claves para establecer las diferencias sobre lo que yo misma consideraba tolerable o inaceptable, y así me construí inconforme cuando sentía que la injusticia me halaba y empujaba. Ella me dio licencia para alzar la voz cuando no estaba de acuerdo, aunque el resto de la gente pensara que era exagerada.  Ella me mostró sus luchas y se convirtió en el faro de las mías.

Una de ellas fue sobrevivir a una educación autoritaria. Me contaba que su padre era militar y las formas de criar a sus 4 hermanos y 5 hermanas moldeaba con rigor y cierta violencia las dinámicas cotidianas de su familia.  Enfrentarse a su padre fue quizás la primera batalla por su libertad. Primero porque logró ser la primera mujer en su familia en ir a la universidad, y cuando no le permitieron estudiar una ingeniería como quería, se fijó en estudiar lo más cercano que podía, y con la matemática y la física tejió un pequeño acto revolucionario a inicio de los años  70.

Me contó también, con una pasión decidida, que cuando fue tomando forma su necesidad de independizarse del yugo posesivo de su padre, hizo una huelga de hambre para que le dejaran trabajar, y así ganando esa partida voló a otras tierras a encontrarse por primera vez con ella misma.

El movimiento ha sido su estrategia para sobrevivir y adaptarse. Con ella tuve mis primeras aventuras. Con largas horas en carretera nos acompañamos en las travesías, recorriendo un camino entre mujeres que se cuidan.  Me llevó a explorar el mar, a enamorarme de los lugares nuevos, a disfrutar las trayectorias y a encontrar en los destinos, respuestas a las preguntas ingenuas. En esa época ella me hizo sentir confiada en medio de lugares que al principio parecían indomables, pero me sujetaba fuerte la mano y con la seguridad que me transmitía, saltábamos juntas aplastando los miedos.

De ella he aprendido cómo lo que se aprende se aplica, en el pragmatismo que asumió de la matemática. Le tocó descifrar las ecuaciones del amor, balancear sus fuerzas y elevar potencias sola. Ella se volvió mi oráculo porque yo en la inexperiencia prefería que todo pasara por su filtro lleno de prudencia, lógica y sentido común. Cuando buscaba un espacio para pedirle una opinión, en medio de sus reducidos tiempos acaparados entre las tres jornadas de trabajo y el cuidado de su familia, me devolvía siempre las dudas y me hacía buscar las certezas propias poniendo todo en una balanza, sumando las ventajas y restando las desventajas. Una sabiduría práctica que aún sigo en la tarea de aprenderle.

Me contó en alguna oportunidad cómo transgredió la norma de su época y se llenó de valor para alejar todo aquello que le causara daño, cuando pensó que quien la amaba la merecía, y en el desengaño decidió poner fin a un pacto sagrado para aguantar los estragos de una vida que no quería que la condenara hasta que la muerte la separara de él. Pero ella decidió romperlo frente el asombro de sus contemporáneas, en una decisión que ni siquiera estaba consignada en la ley, poniendo fin a una unión que le costó cambiar de piel, arrancándose de sí misma poco a poco, a pesar del dolor que le causaba.  Esa fue su lucha por la independencia y la dignidad de ser mujer y madre sola como pocas en su época.

Y fue así como aprendiendo de sus batallas ella me enseñó que amar significa libertad. En medio de este diferente tipo de amor que nos profesamos, me dejó ir cuando quise explorar yo sola nuevos lugares, me acompañó a empacar las maletas cuando lo decidí y me dio la confianza para que por mis propios pies encontrara otros amores y explorara nuevos caminos. En ella encontré la explicación a mis seguridades, en su reflejo de vida encontré la mía.

Ahora que ya delineé mis propias rutas, cuando he encontrado mi propio amor para que me acompañe y cuando tengo a quien cuidar, voy manteniendo su legado mientras sigue iluminándome en mi búsqueda de cumplir los propios sueños, en la creación de mis recuerdos futuros.  Por fortuna todavía tengo la posibilidad de seguirla abrazando para juntas recordarnos que estamos ahí siempre la una para la otra. Gracias a ella, por haber elegido ser la mujer que es y que yo necesitaba.  Ella es mi mamá, la mujer de mi vida.  

4.3/5 - (7 votos)

Compartir

Te podría interesar